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viernes, julio 06, 2007

Negrete en Las Tunas

Por Juan Morales Agüero (Juventud Rebelde)

LAS TUNAS.— Tal vez una buena parte de los cubanos contemporáneos de Negrete, el gran cantante y actor mexicano nacido el 30 de noviembre de 1911 en la ciudad de Guanajuato, desconozcan que este abrazó la carrera militar antes de consagrarse a sus corridos, boleros y rancheras que le franquearon luego el camino de la fama.

Jorge Alberto Negrete Moreno vistió de uniforme en la juventud, quizá por herencia familiar, en tanto fue el segundo hijo del coronel David Negrete Fernández, y descendiente además de ilustres hombres de armas que ocupan un lugar en la historia de México: por la vía paterna, del general Miguel Negrete, quien enfrentó a los franceses en la batalla del 5 de mayo de 1862; y por vía materna, del general Pedro María Anaya, defensor del convento de Churubusco durante la invasión norteamericana al país azteca, el 20 de agosto de 1847.

Por si fuera poco, y tomando como referencia su árbol genealógico, sus biógrafos aseguran que los orígenes del apellido Negrete se remontan a una tribu de tez morena clara cuyos miembros pelearon a favor de la Corona española con tal lealtad y valentía que el Rey Carlos V los armó caballeros y los apodó, afectuosamente, Los Negretes.

En tiempos en que el artista vestía uniforme, gorra y polainas con grados de subteniente, hubo de recorrer parte de Cuba, y en uno de sus movimientos por el interior de la Isla, el tren en el que viajaba hizo escala por un par de horas en la otrora ciudad de Victoria de Las Tunas. Elia Marchán, una tunera con memoria a prueba de almanaques, recuerda como si fuera hoy lo que ocurrió aquel día:

«Para matar el aburrimiento que le produciría sin duda la espera, Negrete decidió estirar las piernas por los alrededores —precisa— y casi sin saberlo se dirigió hacia el cuartel de la Guardia Rural, situado por entonces en la calle Lucas Ortiz, entre Villalón y Avenida Dos de Diciembre, no lejos de la terminal ferroviaria.

«Antes de llegar al recinto militar, divisó un pequeño establecimiento donde expendían, entre otras cosas, bebidas alcohólicas. Era el negocio que la familia Perea Torres tenía donde hoy se encuentra la funeraria provincial.

«Negrete se detuvo allí a tomarse una copa. Estaba a punto de apurar el trago, pagar y seguir rumbo a su destino cuando escuchó a alguien tocar el piano desde el interior de la casa-vivienda».

—¿Quién toca tan bien ahí dentro? —preguntó, admirado.

Y la joven del mostrador le respondió enseguida:

—Se trata de mi hermana Teté, señor.

Negrete solicitó permiso para pasar a verla y, ya ante la muchacha, se presentó. La noticia de que Jorge Negrete en persona estaba en la casa de los Perea Torres corrió como reguero de pólvora por todo el vecindario. Y como ya era muy popular en Cuba por su talento artístico y su calidad interpretativa, en cuestión de minutos el inmueble se abarrotó de admiradores.

A solicitud de ellos, cantó una de sus más conocidas rancheras, acompañado al piano por la sorprendida y halagada Teté. Luego apuró una copa, se despidió, saludó a los presentes y se marchó.

En ese preciso momento, otra de las hermanas Perea Torres llamada Margot se acordó del vaso todavía sin fregar donde había bebido su trago de ron el carismático intérprete de Allá en el rancho grande y de ¡Ay, Jalisco, no te rajes!

A falta de fotografías, quiso tener un recuerdo de tan memorable visita, así que tomó el recipiente de cristal, lo introdujo en un nylon de medias, le ató a este la boca con una cinta de falla y lo guardó en una gaveta para la posteridad. Elia Marchán da fe de que la última vez que vio a Margot viva, hace alrededor de una década, todavía conservaba en su poder el envoltorio.

Jorge Negrete falleció de cirrosis hepática el 5 de diciembre de 1953 en Los Ángeles, Estados Unidos. El día en que ocurrió su muerte hubo duelo nacional en México y se guardaron cinco minutos de silencio en todos los cines del país. Sus restos fueron esperados en el aeropuerto de la capital mexicana por más de diez mil personas.

Los tuneros lo recordaremos siempre, no solo por lo que el Charro de Oro fue artísticamente, sino también por aquella breve estancia en casa de las Perea Torres.

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