En La Habana: Gaita con tumbao
Por Nora Sosa* (Prensa Latina)
La Habana.- ¿Quién ha visto un negro gaitero? La frase la hizo famosa el documental Los Ultimos Gaiteros de La Habana, que dirigido por Natasha Vázquez y Ernesto Daranas, resultó galardonado con el Gran Premio en el Primer Festival de la Televisión Cubana y el Premio de Periodismo Rey de España. Y a fuerza de pensar en quien la pronuncia, he llegado a creer que se trata de un buen chiste.
Nacido en Holguín, hace 30 años, Wilber queda fascinado por el timbre y la forma de la gaita, cuando la conoce por primera vez a través de un filme francés. Pero sólo llega a saber su denominación en el momento en que lee la historieta para niños “El gaitero y la gruta encantada”, en la revista soviética que llevaba el nombre del osito Misha.
“La gaita es un instrumento único”, me asevera en una entrevista este músico de ascendencia jamaiquina que cuando se asienta a vivir en El Cerro habanero, hace 13 años, encuentra nuevas posibilidades para sus intereses musicales.
“En 1996 Angel García, el otro negro cubano que tocó gaita antes que yo, me lleva al Centro Gallego para incorporarme al grupo Follas Novas, donde comienzo a aprender la percusión de esa región española. Pero dos años después el colectivo se desintegra”.
Como Wilber sigue “encasquillado” en querer aprender a tocar la gaita, Angel García le da la dirección particular de quien constituye una leyenda en la enseñanza de ese instrumento musical en Cuba, Eduardo Lorenzo Durán, conocido como “El último gaitero” (de una generación).
Sobre su encuentro con esta personalidad, en Virtudes 205, en el barrio capitalino de Centro Habana, me cuenta Wilber:
Eduardo no me conocía. Cuando abre la puerta, le digo que iba a verlo porque quería aprender a tocar gaita. Entonces caminó hacia atrás, se sentó y se quedó mirándome hasta que se empezó a reír diciéndome: “¿Quién ha visto un negro gaitero?”.
“Enseguida empecé a dar clases con él en la Agrupación Artística Gallega. Pero sólo por dos meses pues, como era ya muy mayor, y tenía la vista muy mala, se cayó andando por la calle, y tuvo que retirarse”.
No obstante, antes de dejar de enseñar en la asociación a la que pertenecía desde 1948, le advirtió que si realmente le gustaba la gaita, con lo que había aprendido podía continuar solo.
Y de entonces a acá, solo, Wilber se ha creado sus estrategias para seguir adelante, entre éstas una estrecha relación con el movimiento que a nivel internacional se ha instituido alrededor del instrumento cuya tradición también se enraíza en las regiones españolas de Asturias, Aragón, y las Islas Baleares, así como en numerosos países europeos: Irlanda, Portugal, Francia, Escocia, Bélgica, e incluso en Asia: la India, Paquistán y Turquía.
Sin olvidar naciones de América Latina como Argentina y Venezuela donde –al igual que en Cuba— la gaita se hizo sentir particularmente con las masivas inmigraciones procedentes de distintas partes de la península ibérica.
Fue en 1999 cuando, según la iniciativa de Wilber, surge el colectivo Afrocuban Celtas, que hace sonar la tradicional muñeira gallega con un aire diferente, a partir de la unión de la gaita con los tambores batá. Pero, al no tener condiciones materiales para mantener el grupo, sus integrantes sólo se unen en contadas ocasiones.
¿Aplatanar la gaita?
Aplatanar es un localismo cubano que significa adaptarse.
A ello nos referimos cuando en el Cerro, Wilber se une al conjunto Babalú Ayé, que dirige su vecino, el afamado especialista en música folclórica afrocubana Raúl González Brito (Lali). Y allí la gaita suena con tambores batá, cajones, tumbadoras, chequerés, claves, bongoes y cencerros, -todos ellos procedentes de la rica y variada música de origen afro y criolla- a la vez que sus ejecutantes entonan un pegajoso estribillo: aunque no lo creas tú, aunque no lo crea yo, una gaita y guaguancó.
Otro aspecto de la labor de Wilber que muestra una mentalidad abierta y desprejuiciada, es su inserción en conjuntos que tocan la música más del momento como Aceituna sin hueso y Tierra Verde, donde lo oímos hacer sonar la gaita en medio de la cadencia del ritmo reggae. Lo que tampoco le ha impedido insertarse en otros contextos como el colectivo danzario Habana Flamenca y el de música antigua El Gremio.
“Lo que estoy tratando -explica Wilber- es de aplatanar la gaita. Que el instrumento se relacione a una sonoridad muy especial dentro de la música cubana, como mismo la gente asocia el tres con el son montuno, por ejemplo. Sé que va a ser muy difícil. Actualmente concebí el tema Aquí sí hay, a partir de la fusión de una melodía tradicional irlandesa con rumba, con son. Comencé a buscar el engranaje a todos estos ritmos, hasta lograr una pieza donde está presente lo cubano más tradicional, y también lo moderno”.
Hacer llorar la gaita
No obstante las relaciones que ha creado, intuyo en Wilber un músico solitario, idea que me confirma cuando explica: “Me paso la mayor cantidad de horas del día con la gaita a cuestas, unas veces practicando muy cerca de El Morro, en la roca, y, de noche, en la Plaza de Armas. El gaitero es un personaje de pueblo, que toca la gaita donde se le ocurre.”
Sus últimas palabras me confirman las experiencias de un nieto de gallegos quien me testificó que durante las décadas del siglo XX cuando fue más numerosa la emigración española hacia Cuba, disfrutaba de sesiones de gaita con tumbadora, en reuniones de vecinos de su barrio viejo habanero.
Oyendo a Wilber, no sólo recordé la anterior anécdota, sino que -después del asombro- llegué a deducir la parte que no me contó este nieto de gallegos: tocar música en un ambiente relajado, de vecindad, implica también el baile. Por eso la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana no hacía más que revivir la tradición cuando, en uno de los Festivales Internacionales de Danza de la Calle, bailarines vestidos con trajes tradicionales gallegos danzaban muñeira y son.
“En mi proyecto, con la misma música se puede bailar gallego, afro y lo popular cubano”, afirma Wilber. Y esta vez, más que asombrarme, admiro la sensibilidad y el empeño de El Gaitero de Ebano para renovar una tradición que viene de lo más popular. Cuando, en el Callejón de Hamel, Wilber improvisa junto al grupo de rumba Iroso Obba, toma fuerza el bailoteo, ese que seguramente también se armaba en los barrios viejo habaneros.
Quien vivió –desde que llegó a Cuba- en Virtudes 205, no sólo conocía esta historia, sino también la habría disfrutado. ¿Qué le podría impresionar entonces a Eduardo Lorenzo un negro gaitero?
Evidentemente su expresión era un sabroso chiste que Wilber supo captar, tan bien como el consejo que le dio antes de morir: “Eduardo explicaba que no encajaba el virtuosismo sin sentido y sin alma. También decía que los gaiteros de hoy tocaban con tremenda digitación, pero que se había perdido lo que él había conocido como hacer llorar la gaita”.
Hacer llorar la gaita: la expresión me trae a la mente la morriña del emigrante, esa huella de angustia ante el recuerdo de la aldea lloviendo, la tristeza de las canciones gallegas. Y también la saudade que, según me dijo cierto hijo de aquellos inmigrantes, es un sentimiento “más noble, más elevado, potestad exclusiva del gallego, que es muy sentimental”.
Por eso, y por los orígenes mismos de nuestra nacionalidad, aunque sea en manos de un negro efervescente, en la jacarandosa Gran Antilla la gaita también llora.
* La autora es periodista cubana.
La Habana.- ¿Quién ha visto un negro gaitero? La frase la hizo famosa el documental Los Ultimos Gaiteros de La Habana, que dirigido por Natasha Vázquez y Ernesto Daranas, resultó galardonado con el Gran Premio en el Primer Festival de la Televisión Cubana y el Premio de Periodismo Rey de España. Y a fuerza de pensar en quien la pronuncia, he llegado a creer que se trata de un buen chiste.
Nacido en Holguín, hace 30 años, Wilber queda fascinado por el timbre y la forma de la gaita, cuando la conoce por primera vez a través de un filme francés. Pero sólo llega a saber su denominación en el momento en que lee la historieta para niños “El gaitero y la gruta encantada”, en la revista soviética que llevaba el nombre del osito Misha.
“La gaita es un instrumento único”, me asevera en una entrevista este músico de ascendencia jamaiquina que cuando se asienta a vivir en El Cerro habanero, hace 13 años, encuentra nuevas posibilidades para sus intereses musicales.
“En 1996 Angel García, el otro negro cubano que tocó gaita antes que yo, me lleva al Centro Gallego para incorporarme al grupo Follas Novas, donde comienzo a aprender la percusión de esa región española. Pero dos años después el colectivo se desintegra”.
Como Wilber sigue “encasquillado” en querer aprender a tocar la gaita, Angel García le da la dirección particular de quien constituye una leyenda en la enseñanza de ese instrumento musical en Cuba, Eduardo Lorenzo Durán, conocido como “El último gaitero” (de una generación).
Sobre su encuentro con esta personalidad, en Virtudes 205, en el barrio capitalino de Centro Habana, me cuenta Wilber:
Eduardo no me conocía. Cuando abre la puerta, le digo que iba a verlo porque quería aprender a tocar gaita. Entonces caminó hacia atrás, se sentó y se quedó mirándome hasta que se empezó a reír diciéndome: “¿Quién ha visto un negro gaitero?”.
“Enseguida empecé a dar clases con él en la Agrupación Artística Gallega. Pero sólo por dos meses pues, como era ya muy mayor, y tenía la vista muy mala, se cayó andando por la calle, y tuvo que retirarse”.
No obstante, antes de dejar de enseñar en la asociación a la que pertenecía desde 1948, le advirtió que si realmente le gustaba la gaita, con lo que había aprendido podía continuar solo.
Y de entonces a acá, solo, Wilber se ha creado sus estrategias para seguir adelante, entre éstas una estrecha relación con el movimiento que a nivel internacional se ha instituido alrededor del instrumento cuya tradición también se enraíza en las regiones españolas de Asturias, Aragón, y las Islas Baleares, así como en numerosos países europeos: Irlanda, Portugal, Francia, Escocia, Bélgica, e incluso en Asia: la India, Paquistán y Turquía.
Sin olvidar naciones de América Latina como Argentina y Venezuela donde –al igual que en Cuba— la gaita se hizo sentir particularmente con las masivas inmigraciones procedentes de distintas partes de la península ibérica.
Fue en 1999 cuando, según la iniciativa de Wilber, surge el colectivo Afrocuban Celtas, que hace sonar la tradicional muñeira gallega con un aire diferente, a partir de la unión de la gaita con los tambores batá. Pero, al no tener condiciones materiales para mantener el grupo, sus integrantes sólo se unen en contadas ocasiones.
¿Aplatanar la gaita?
Aplatanar es un localismo cubano que significa adaptarse.
A ello nos referimos cuando en el Cerro, Wilber se une al conjunto Babalú Ayé, que dirige su vecino, el afamado especialista en música folclórica afrocubana Raúl González Brito (Lali). Y allí la gaita suena con tambores batá, cajones, tumbadoras, chequerés, claves, bongoes y cencerros, -todos ellos procedentes de la rica y variada música de origen afro y criolla- a la vez que sus ejecutantes entonan un pegajoso estribillo: aunque no lo creas tú, aunque no lo crea yo, una gaita y guaguancó.
Otro aspecto de la labor de Wilber que muestra una mentalidad abierta y desprejuiciada, es su inserción en conjuntos que tocan la música más del momento como Aceituna sin hueso y Tierra Verde, donde lo oímos hacer sonar la gaita en medio de la cadencia del ritmo reggae. Lo que tampoco le ha impedido insertarse en otros contextos como el colectivo danzario Habana Flamenca y el de música antigua El Gremio.
“Lo que estoy tratando -explica Wilber- es de aplatanar la gaita. Que el instrumento se relacione a una sonoridad muy especial dentro de la música cubana, como mismo la gente asocia el tres con el son montuno, por ejemplo. Sé que va a ser muy difícil. Actualmente concebí el tema Aquí sí hay, a partir de la fusión de una melodía tradicional irlandesa con rumba, con son. Comencé a buscar el engranaje a todos estos ritmos, hasta lograr una pieza donde está presente lo cubano más tradicional, y también lo moderno”.
Hacer llorar la gaita
No obstante las relaciones que ha creado, intuyo en Wilber un músico solitario, idea que me confirma cuando explica: “Me paso la mayor cantidad de horas del día con la gaita a cuestas, unas veces practicando muy cerca de El Morro, en la roca, y, de noche, en la Plaza de Armas. El gaitero es un personaje de pueblo, que toca la gaita donde se le ocurre.”
Sus últimas palabras me confirman las experiencias de un nieto de gallegos quien me testificó que durante las décadas del siglo XX cuando fue más numerosa la emigración española hacia Cuba, disfrutaba de sesiones de gaita con tumbadora, en reuniones de vecinos de su barrio viejo habanero.
Oyendo a Wilber, no sólo recordé la anterior anécdota, sino que -después del asombro- llegué a deducir la parte que no me contó este nieto de gallegos: tocar música en un ambiente relajado, de vecindad, implica también el baile. Por eso la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana no hacía más que revivir la tradición cuando, en uno de los Festivales Internacionales de Danza de la Calle, bailarines vestidos con trajes tradicionales gallegos danzaban muñeira y son.
“En mi proyecto, con la misma música se puede bailar gallego, afro y lo popular cubano”, afirma Wilber. Y esta vez, más que asombrarme, admiro la sensibilidad y el empeño de El Gaitero de Ebano para renovar una tradición que viene de lo más popular. Cuando, en el Callejón de Hamel, Wilber improvisa junto al grupo de rumba Iroso Obba, toma fuerza el bailoteo, ese que seguramente también se armaba en los barrios viejo habaneros.
Quien vivió –desde que llegó a Cuba- en Virtudes 205, no sólo conocía esta historia, sino también la habría disfrutado. ¿Qué le podría impresionar entonces a Eduardo Lorenzo un negro gaitero?
Evidentemente su expresión era un sabroso chiste que Wilber supo captar, tan bien como el consejo que le dio antes de morir: “Eduardo explicaba que no encajaba el virtuosismo sin sentido y sin alma. También decía que los gaiteros de hoy tocaban con tremenda digitación, pero que se había perdido lo que él había conocido como hacer llorar la gaita”.
Hacer llorar la gaita: la expresión me trae a la mente la morriña del emigrante, esa huella de angustia ante el recuerdo de la aldea lloviendo, la tristeza de las canciones gallegas. Y también la saudade que, según me dijo cierto hijo de aquellos inmigrantes, es un sentimiento “más noble, más elevado, potestad exclusiva del gallego, que es muy sentimental”.
Por eso, y por los orígenes mismos de nuestra nacionalidad, aunque sea en manos de un negro efervescente, en la jacarandosa Gran Antilla la gaita también llora.
* La autora es periodista cubana.
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