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sábado, enero 19, 2008

LIZT ALFONSO: ALAS, FUERZA, VIDA…

Por Alina M. Lotti (Trabajadores)

De cualquier manera, la danza siempre habría sido su único camino. Más de una vez, cuando las circunstancias estuvieron a punto de apartarla de ese mundo, Lizt Alfonso, la carismática bailarina y coreógrafa, se sobrepuso a todos los avatares.

Quizás el más duro fue cuando suspendió las pruebas para ingresar en la escuela de ballet. Aún no tenía nueve años. Llegó a su casa abatida, y le dijo a la madre, con el lenguaje propio de los niños, que quería dormir y no despertarse. Para ella todo había terminado.

Hoy lo recuerda como si el tiempo no hubiera transcurrido, y está convencida de que el encuentro con Laura Alonso, en aquellas circunstancias, resultó un suceso determinante. “Después de realizar otros exámenes —narró Lizt—, Laura me dijo: ‘No tienes condiciones físicas, no puedes ser bailarina. ¿Así y todo quieres serlo?’

“Le di un sí con mucha decisión. Eso ella todavía lo recuerda. Entonces expresó que me iba a ayudar: ‘¡Fíjate, cuando todo el mundo se ponga el pie aquí, tú lo tienes que levantar más. Esto te va a costar, gritarás, llorarás, pero si eso es lo que quieres, tienes que sobreponerte!’ Le debo mucho a ella, ese día me enseñó que el ‘no’, y el ‘no se puede’ no existen, y que si uno se da por vencido, la vida no perdona”.

¿Cuándo y cómo fue tu primer acercamiento a la danza?

“Siempre me gustó mucho bailar, hacía todas las cosas propias de la edad, pero cuando tenía cuatro años mi mamá estaba preocupada, pues decía que yo tenía una vocación demasiado definida, y se fue a ver a Alicia Alonso.

“La esperó en el antiguo Carmelo, de la calle Calzada, hasta que Alicia entró en la escuela de ballet. Cuando la vio se mandó a correr conmigo tomada de la mano, y le hizo una consulta. Alicia la atendió con placer y le aconsejó: ‘Llévela a ver ballet, danza contemporánea, folclor, exposiciones de pintura, conciertos y ella terminará en la danza, si verdaderamente es lo que le gusta’. A los cuatro años comencé a tomar clases de baile con una profesora particular, y mi mamá cumplió al pie de la letra esas recomendaciones”.

Vivías en el reparto Monterrey, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón, alejado del centro cultural del país. ¿El fatalismo geográfico no te jugó una mala pasada?

“Mira, lo primero es la vocación, y en mi caso estaba definida. No me importaba levantarme a las cinco de la mañana, desayunar por el camino. Además, toda la familia se involucró para que yo saliera adelante. Mi abuelo marcaba en la cola de la guagua todos los días a las cuatro de la mañana, luego mi abuela me llevaba la mayor parte de las veces, pues mi mamá trabajaba. En la escuela de ballet estaba hasta casi la noche, y después se repetía todo a la inversa. Fue un gran sacrificio.

“No importa dónde se viva. Ahora tenemos una alumna que reside en Santa Cruz, provincia de La Habana, y ya está en el ballet juvenil. Desde chiquita su madre la trae todos los días a clases, no llega tarde, no falta. Ahí hay otro ejemplo de interés”.

La vida dio vueltas, años después estudias Teatrología y ahora diriges una Compañía de Danza. ¿Qué tomas de una y de la otra?

“Todo lo bueno que uno va aprendiendo por el camino. Cuando terminé el quinto año de la escuela de ballet, suspendí el pase de nivel. Comencé entonces a estudiar el preuniversitario en el antiguo Saúl Delgado, en el Vedado, donde se abrió otra ventana de posibilidades. Pero continué haciendo coreografías, entonces junto a mis compañeros de aula. En aquellos tiempos, con más razón, no me perdía un festival de cine, de teatro, funciones de danza. Ya era una jovencita, y no dependía tanto de mi familia. Así, al terminar el 12º grado, decidí estudiar Teatrología.

“La carrera me encantó, estudié la historia del mundo de las tablas. Luego, aunque hacía las críticas de teatro que exigía la profesora, iba también a los espectáculos de danza y escribía sobre eso, era una tarea adicional.

“Paralelamente, seguía tomando clases de ballet. Estudié Danza Española en el Gran Teatro de La Habana (GTH), iba a la Sociedad Concepción Arenal. Tampoco dejaba de asistir todas las noches a mis clases de ballet en Pro Danza, seguía al lado de Laura, una persona muy importante en mi vida”.

A los 23 años fundas una agrupación, ¿qué lo motivó?

“Al terminar la Universidad me contrataron como profesora de Danza Española y asistente de promoción en Pro Danza. En el GTH existían unos talleres vocacionales donde había una gran matrícula de niñas. Fue entonces cuando surgió la idea de hacer un grupo de baile español.

Así la agrupación tuvo como primer nombre Danzas Ibéricas. Luego comprendimos que no íbamos a crecer todo lo que queríamos, y decidimos independizarnos.

“Un tiempo después nos convertimos en el primer proyecto de danza de la Asociación Hermanos Saíz, de eso no se acuerda casi nadie. Estamos hablando de pleno período especial. Comenzamos a ensayar en la Casa de la Cultura de la Habana Vieja, de ahí nos fuimos a la Sociedad Estudiantil Concepción Arenal; sin ellos no hubiéramos podido sobrevivir. Hasta que al cabo de los años —luego de algunas giras por el extranjero— empezamos a tener apoyo estatal”.

¿Por qué al mismo tiempo flamenco, ballet, danza, ritmos cubanos?

“Así somos, esa es nuestra identidad, eso es Cuba. No tiene sentido tratar de bailar sólo flamenco, porque no somos españoles. Siempre he dicho que el flamenco es una filosofía de vida, no es sólo pararte, bailar, zapatear, mover las manos. Es mucho más, es como la rumba cubana, ¡y tenemos tanta riqueza; una escuela de ballet que es un privilegio, con resultados memorables! Nuestra música es fabulosa, esa mezcla es la que yo quiero tener en la Compañía”.

¿Defectos y virtudes de Lizt Alfonso?

“Exigente y perfeccionista pueden ser, al mismo tiempo, mis mayores defectos y virtudes. Pero con los años he aprendido que no puedo hacerles la vida imposible a los demás. Si haces eso te vuelves a la gente en contra, y te haces daño. Mira, te pongo un ejemplo. Ahora en enero vamos a estrenar aquí en La Habana el espectáculo Vida, que ya fue visto en Canadá en junio último. Es una segunda versión, perfeccionada, enriquecida. Un gran espectáculo danzario musical. Se trata de una abuela que cuenta a su nieta pasajes de distintas etapas de su existencia, que se corresponden con momentos de la historia de Cuba, desde los años 30 hasta la actualidad.

“Hace poco, le dije a las bailarinas que tenían lunes y martes de descanso. Y me expresaron: ‘¡noooo… no profe!, todavía hay muchas cosas que hacer’.

Eso demuestra que están acostumbradas a un rigor. Ya no necesito exigir. Eso me da mucha tranquilidad”.

Has recorrido disímiles escenarios en el mundo. ¿Te consideras una mujer famosa? ¿Qué crees de la fama?

“Soy querida por el público, y eso es más importante que ser famosa. Generalmente, los famosos son inalcanzables. En mi caso, además de la responsabilidad con la Compañía —vivo por y para ella—, está la labor con los talleres vocacionales, con el ballet infantil y juvenil. En estos momentos trabajamos con 900 niñas (nuestro ballet está compuesto sólo por mujeres), y eso implica 900 familias, amigos, vecinos… Eso te permite ser conocida”.

¿Hay quienes afirman que Lizt no es tu verdadero nombre?

“Es un nombre artístico. Al crear la Compañía hicimos una tormenta de ideas para ver cómo la nombrábamos. Laura pensó en Lizt, con Z, pues mi verdadero nombre se escribe con S. Tengo como apellidos Herrera Alfonso, pero ella decidió también alternarlos y que fuera Alfonso, porque se confunde con Alonso.

“Y es cierto. Una vez, al terminar una función en los Estados Unidos, vino a saludarme un señor y dijo emocionado: ‘Yo he conocido a su madre, la he visto bailar’. Entonces tuve que excusarme. No soy hija de Alicia, pero la quiero mucho”.

¿Cuál ha sido tu función más memorable…?

“Te diría que aún no la hemos hecho, y sería verdad. Pero también hay algunas inolvidables, como por ejemplo en Broadway, donde fuera del teatro había cola para los fallos, aun cuando hacía mucho frío; u otra función en Chicago, donde los espectadores fueron muy cómplices de la función. O cuando bailamos por primera vez en España; fue como hacerlo en casa del trompo. Ellos decían ‘bailan parecido a nosotros, pero se ven ¡tan cubanos!’ Y eso, precisamente, era lo que yo quería”.

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