EL RETORNO DE HEMINGWAY
Los documentos personales del gran escritor suspendieron un reposo de muchos años y son puestos a disposición de los admiradores de todo el mundo
Por Luis Raúl Vázquez Muñoz (Juventud Rebelde)
Fotos: Calixto N. Llanes
Allí estaba la pistola calibre 22. Era una regla casi invariable. Cuando se acercaban las 11:00 p.m. y estaba solo, Ernest Hemingway se ponía el arma en la cintura y salía a recorrer Finca Vigía con una estaca a modo de bastón y acompañado solamente por Black Dog, uno de sus perros.
Luego se dirigía al cuarto de su esposa Mary Welsh. «Ernesto casi nunca dormía en su habitación», contó el doctor José Luis Herrera Sotolongo, un amigo de la familia. La recámara, con sus amplios ventanales y un baño, era en verdad un lugar de trabajo por su lejanía con el teléfono.
Allí, en la cama, el escritor amontonaba la correspondencia a como diera lugar. Nadie sabía porqué esas cartas y postales permanecían en aquel desorden. Lo que sí conocían todos los criados, e incluso la misma Mary Welsh, es que ese caos tenía un orden y una jerarquía, y el único que la entendía era Hemingway. Era suficiente.
«La mayoría de los amigos más viejos y mejores se mueren —confesó una vez el escritor—. Uno no los ve sino raras veces, pero uno escribe. Uno intercambia cartas cómicas, a veces alegremente obscenas e irresponsables, y eso es casi tan bueno como conversar».
INTENTO FALLIDO
Por Luis Raúl Vázquez Muñoz (Juventud Rebelde)
Fotos: Calixto N. Llanes
Allí estaba la pistola calibre 22. Era una regla casi invariable. Cuando se acercaban las 11:00 p.m. y estaba solo, Ernest Hemingway se ponía el arma en la cintura y salía a recorrer Finca Vigía con una estaca a modo de bastón y acompañado solamente por Black Dog, uno de sus perros.
Luego se dirigía al cuarto de su esposa Mary Welsh. «Ernesto casi nunca dormía en su habitación», contó el doctor José Luis Herrera Sotolongo, un amigo de la familia. La recámara, con sus amplios ventanales y un baño, era en verdad un lugar de trabajo por su lejanía con el teléfono.
Allí, en la cama, el escritor amontonaba la correspondencia a como diera lugar. Nadie sabía porqué esas cartas y postales permanecían en aquel desorden. Lo que sí conocían todos los criados, e incluso la misma Mary Welsh, es que ese caos tenía un orden y una jerarquía, y el único que la entendía era Hemingway. Era suficiente.
«La mayoría de los amigos más viejos y mejores se mueren —confesó una vez el escritor—. Uno no los ve sino raras veces, pero uno escribe. Uno intercambia cartas cómicas, a veces alegremente obscenas e irresponsables, y eso es casi tan bueno como conversar».
INTENTO FALLIDO
¿Qué se hizo de esa correspondencia? «La mayoría está en buen estado y se encuentra prácticamente digitalizada —expresa Ada Rosa Alfonso Rosales, directora del Museo Hemingway—. Por el momento se han llevado a formato digital 3 194 páginas de documentos en esta primera etapa. Todavía faltan por digitalizar las postales que se recibieron en Finca Vigía».
Desde 1961, cuando el lugar pasó a manos del Gobierno cubano, por voluntad expresa del escritor, la papelería se mantuvo a resguardo del público para facilitar su conservación.
«Ahora todo cambió —explica Ada Rosa—; los investigadores, previa consulta con la dirección del Museo, podrán acceder a la documentación personal de Hemingway».
La mayor parte se encuentra inédita, y su restauración y digitalización, iniciada en el año 2003, fue posible por un acuerdo entre el Consejo de Investigaciones de las Ciencias Sociales de los Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio (CNP) de Cuba, firmado el 12 de noviembre de 2002. El Comandante en Jefe Fidel Castro y el senador James McGovern rubricaron el convenio en calidad de testigos.
La parte norteamericana facilitó el equipamiento. Por su parte, especialistas cubanos del Museo Hemingway y del Centro Nacional de Restauración, Conservación y Museología (CENCREM) procedieron a la restauración de cada documento, para que luego este fuera digitalizado por expertos del CNP.
«En total fuimos siete los especialistas que trabajamos en la reparación —comenta Rosalba Díaz Quintana, jefa del Departamento de Conservación y Restauración en Finca Vigía—. Lo que atentaba contra la calidad en algunos casos era el tipo de papel, que no es un soporte perdurable. Por eso se tuvo que trabajar documento por documento, página por página, por delante y por detrás... Fue un trabajo muy lento».
Rosalba recuerda los primeros días, en los que se empezó a revisar los archivos. «Se nos erizaba la piel al saber que teníamos un documento auténtico de Hemingway o dirigido a él —cuenta—. Hay mucha intimidad en esas cartas y su lectura confirma que él era un hombre que luchaba contra las marcas que la vida le dejaba. También impresiona la cantidad de correspondencia, que rompe con la imagen de un hombre huraño. Él trato de aislarse, pero el intento le falló».
¿QUIÉN ES AUDREY?
Ernest Hemingway compró Finca Vigía el 28 de diciembre de 1940. Su “cuartel general”, el Hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja, se había convertido en un lugar intranquilo ante la fama creciente de Papa, como lo llamaban sus íntimos. Martha Gellhorn, su esposa de entonces, fue la que encontró el lugar e insistió para que su marido la comprara.
Con la adquisición comenzó un nuevo período en la vida de este Premio Nobel. Allí creó sus obras mayores, entre estas El Viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el Golfo. También es el período más soslayado por los biógrafos.
«Entre los originales digitalizados está el epílogo de Por quién doblan las campanas y la fotocopia de los manuscritos de In another country, uno de los cuentos sobre la Primera Guerra Mundial; aunque no todo está aquí. La viuda, Mary Welsh, se llevó muchas cosas», dice Ada Rosa Alfonso.
Aunque hay para regodearse, pues a formato digital se llevó la correspondencia de Hemingway a Mary Welsh durante la Segunda Guerra Mundial. También las cartas intercambiadas con la joven condesa Adriana Ivancich —con la que Papa sostuvo un romance—; el pasaporte usado por el escritor y cartas de artistas como Ingrid Bergman, Luis Quintanilla y Antonio Arraíz, poeta venezolano y uno de los fundadores del periódico El Nacional.
Al listado le siguen misivas de editores de los libros de Hemingway; sobre los viajes a África, de los ejecutivos de la Wheeler Shipyard, la compañía que construyó el yate Pilar; mensajes de Alexander Fadeyev, presidente de la Comisión Extranjera de la Unión de Escritores Soviéticos, o de amigos como el cura Andrés Utzaín o Allan Ted, quien fuera comisario político de una unidad de transfusión sanguínea durante la Guerra Civil Española.
Sin embargo, la mayoría de la correspondencia pertenece a admiradores y personas comunes que le escribían, incluso para pedirle un autógrafo, ayuda de empleo o su presencia en obras de beneficencia. Existe una de un anciano español que le pide un ejemplar de Por quién doblan las campanas, al encontrarse censurada la novela por el régimen de Franco.
Y es en esta parte donde empiezan a surgir las dudas. ¿Quiénes eran esos remitentes? Entre los papeles hay un sobre sin su carta a nombre de Audrey. ¿Será la actriz Audrey Hepburn? Muchas misivas están firmadas por un solo nombre u otros, que a todas luces resultan seudónimos.
Por eso los especialistas del museo han decidido seguirles la pista. Con la biografía de Charles Baker a mano, entre otros textos, los investigadores han comenzado la tarea titánica de cruzar hasta donde sea posible los nombres de los remitentes con los aparecidos en los libros sobre el escritor.
Al referirse a esa labor y a la papelería que ahora comienza a ponerse a disposición del público, Ada Rosa Alfonso es precisa. «No creo que exista un descubrimiento grande —comenta—; pero sí hay mucha información importante. Hay elementos para conocer mucho mejor quién era en verdad Ernest Hemingway. Y eso está aquí en Finca Vigía».
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