REFRANERO CHINO
Por Juan Morales Agüero (Juventud Rebelde)
La simpatía por la jarana clasifica como un rasgo consustancial a la idiosincrasia criolla. Sobre el asunto existe una obra de Jorge Mañach titulada Indagación del choteo, algo considerado por el autor como la condensación de la ligereza, el ingenio, la gracia, el humor, la rebeldía y la burla desenfrenada con que el cubano resuelve sus problemas, tanto personales como sociales.
Ahora que recibimos con honores al máximo dirigente chino, y acogemos con amor a miles de estudiantes, pienso en cuánto ha tributado ese inmenso país al arraigo de nuestra cultura popular. Sus primeros hijos —206 culíes— nos llegaron por La Habana en 1847, a bordo de la fragata Oquendo y continuaron llegando en los años siguientes. Se calcula que por cada diez que lograron echar pie a tierra, uno falleció en la travesía.
El humor criollo se cebó durante muchísimos años en estos humildes inmigrantes de ojos rasgados. Tanto que buena parte del refranero popular los tiene a ellos por protagonistas. Faltos de la picardía insular, los asiáticos resultaron blanco fácil de las bromas desde sus oficios de verduleros, sastres, lavanderos y domésticos.
Tal vez no existan en Cuba muchos refranes tan populares como este: «¡A ese no lo salva ni el médico chino!» ¡Pobre de su infeliz destinatario! Significa que nadie podrá salvarlo. Dicen que, en efecto, hubo en la Isla un médico chino llamado Cham Bom Biam cuyos aciertos lo hicieron famoso en todo el país, pues curaba a enfermos que habían sido descartados por otros colegas suyos. El pueblo acuñó la frase, que ya no se detuvo hasta devenir refrán.
Durante mi etapa de estudiante de la Enseñanza Primaria tuve una caligrafía horrible. Recuerdo que una de mis maestras, exasperada de impotencia ante mis torpes garabatos, solía decirme en tono de crítica: «Ay, chico, tú parece que escribes en chino». Sospecho que mi ¿letra? le sugería los caracteres del alfabeto de esa gran nación asiática. Pero, ¿y por qué no los del japonés o el árabe?
Otro aforismo que no pierde vigor se relaciona con quienes andan de tropiezo en tropiezo en materia de fortuna. Todavía lo escucho por ahí a cada rato. «¿Así que se te volvió a perder la billetera con los documentos? Oye, despójate, mi´jo, que traes un chino atrás». Nadie ha podido establecer el origen de esta frase de pésimos augurios. Y aquí se repite el fatalismo del gentilicio.
Las preguntas difíciles crean situaciones embarazosas. Los cubanos esquivamos sus acometidas con una elegante verónica. Imagínese que alguien lo inquiera acerca de la cantidad de bicicletas que hay en el archipiélago. «Oiga, compadre, usted me la ha puesto en China», responderá. Aquí, obviamente, China funciona como sinónimo de lejanía. ¡Sugiere que resulta casi inalcanzable la respuesta!
Sin embargo, no acabo de comprender por qué algunas personas utilizan la expresión «me quedé en China» cuando no logran entender las esencias de un problema o la explicación de un fenómeno. Mi desconcierto aumenta si le echan mano al enunciado «...lo engañaron como a un chino» para ilustrar con su capacidad de sugerencia una tomadura de pelo o una artimaña a partir de la buena fe.
El amor no ha estado ajeno a la «influencia» asiática en algunas de sus manifestaciones. Ya pasó de moda, pero personas que rebasan las seis décadas de vida me aseguran que cuando ellos eran jóvenes se utilizaba la frase «tirar chinitas» para referirse al galanteo previo a la declaración amorosa. Vaya, algo así como el fuego artillero antes de la acometida final. También lo «chino» está presente al describir la belleza de una mujer. «Oye, socio, qué clase de china está puesta para mí...», dicen todavía por ahí.
Hay más, mucho más, de la presencia china en nuestro discurso cotidiano. Los frijolitos chinos y la salsa china acompañan el menú criollo hace ni se sabe cuánto tiempo. Las damas chinas y los palitos chinos distrajeron el aburrimiento en alguna etapa de la vida. La corneta china hace arrollar al más pinto detrás de una conga. Y al que más o al que menos la mamá o la tía lo entretuvo en la niñez con aquella canción que decía «un chino cayó en un pozo...».
Entonces, ¿hay o no hay de chino en nuestra cultura popular?
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