Cómo intentaron envenenar a nuestro Héroe Nacional
Por Luis Hernández Serrano (Juventud Rebelde)
En el vil envenenamiento que sufrió José Martí en Tampa, Estados Unidos, en 1892, estuvieron implicados directamente dos hombres de origen cubano; uno blanco, del que no se tienen datos hasta hoy, y uno negro que tuvo una trayectoria insólita posteriormente.
El hecho ocurrió el 16 de diciembre de 1892, de regreso a Tampa con José Dolores Poyo y otros cubanos, mientras era perseguido secretamente por espías norteamericanos y españoles, cuando chequeaba el trabajo de los clubes patrióticos.
Ambos sujetos aprovecharon dos circunstancias propicias: que Martí los tomó como ayudantes personales por la insistencia de ellos y que, dado su agotamiento, el Maestro, tomaba vino de Mariani, un reconstituyente de la época.
Por la Sarcocele que padecía, no podía soportar olores demasiado fuertes, de ahí que Martí no tolerara el alcohol.
Estos personajes, vendidos a los agentes del gobierno de España, le insistieron en que tomara el vino de Mariani, ya envenenado. Martí enseguida sintió el raro sabor y avisó al doctor cubano Miguel Barbarrosa. ¡Suerte que había bebido solo un trago! El médico le pidió que vomitara, y de inmediato le practicó un lavado de estómago.
Llegó también la patriota emigrada Paulina Pedroso, en cuya casa radicaba el Apóstol, y se enteró de lo ocurrido. A los dos días regresaron ambos asesinos. Martí supo que fueron ellos y les habló durante dos horas. Salieron llorando. Martí le dijo a aquella cubana que no se extrañara si de pronto los veía incorporarse a la manigua insurrecta.
La primera vez que se escribe esta anécdota, sin muchas explicaciones, es en el libro de Jorge Mañach, Martí el Apóstol, de la Editorial Sopena, Madrid, en 1933, quizás la mejor biografía de nuestro Héroe Nacional.
A todas luces el suceso fue contado por Paulina a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, a quien conoció en la Florida y le profesó amistad. Lo divulgó después el último médico cubano de Martí en Estados Unidos, Ramón Luis Miranda. También lo hicieron por su parte, el primo de Paulina, Rodolfo Luis Miranda, así como Gustavo y Luciana Govín.
Posteriormente el Apóstol habló del envenenamiento a Serafín Sánchez, en cartas escritas en 1892 y 1893. En una de ellas aclaró que ya tenía previa información de que esos maleantes iban a atentar contra su vida.
La identidad de los dos personajes permaneció ignorada durante mucho tiempo. «Nuestra investigación ha confirmado que el moreno era Valentín Castro Córdova, natural de Matanzas, donde nació el 14 de febrero de 1868 y murió en La Habana, el 27 de agosto de 1949», dice el historiador Regino Sánchez. Y añade: «Al morir Castro Córdova era capitán del Ejército Nacional, pero había terminado la guerra independentista con los grados de Comandante mambí».
Llama la atención el hecho de que Valentín fue uno de los primeros cubanos en alistarse en una expedición de Serafín Sánchez y Carlos Roloff, la cual llegó a Cuba el 24 de julio de 1895. El insurrecto perteneció al Departamento Occidental, específicamente al Cuarto Cuerpo de Ejército, y a la Primera División de la Segunda Brigada del Cuartel General.
El caso de la transformación de Valentín, de envenenador a patriota, es el vivo ejemplo de lo que podía lograr en las personas la prédica de Martí.
La casa de Paulina y Ruperto, en Tampa, donde ocurrieron los hechos.La casa que habitaba el Maestro en aquella ocasión en que pretendieron matarlo, era propiedad del matrimonio de Paulina Pedroso —en verdad los apellidos de Paulina eran Hernández Hernández—, y Ruperto Pedroso.
Ella nació esclava, el 10 de abril de 1855, en Consolación del Sur, en Pinar del Río, pero sus padres, también esclavos, se las ingeniaron para comprar a tiempo su libertad. De Ruperto, su esposo, sin embargo, no hay datos hasta ahora.
Paulina, muy joven, logró ir a la Florida, donde conoció a Ruperto y se casaron. Con el dinero que reunieron adquirieron una pequeña fonda donde atendían a los cubanos emigrados.
En la Fragua Martiana, en Ciudad de La Habana, se exhiben varias piezas de museo que tienen que ver con el frustrado envenenamiento, entre ellas un pedazo de tabla de la casa donde el Apóstol se encontraba residiendo cuando quisieron asesinarlo.
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