El recuerdo de un amigo
Por Gilda Guimeras (El Habanero)
El Américo Navarro Fernández-Trelles que conocí era –en no pocos sentidos- un hombre de otra época, y no ponía empeño alguno en ocultarlo. Más bien hacía gala de ello. Conversador de lujo, gustaba de contar, con lenguaje entre galante y ocurrente, las anécdotas que su excepcional memoria se negaba a borrar.
El privilegio de vivir una larga vida en que simultaneó oficios diversos con la afición a la actuación, el canto y el periodismo; el hecho de ser hijo de uno de los primeros alcaldes del Guanajay republicano y su perenne cercanía con los más importantes intelectuales de la Villa, le habían convertido en un testigo excepcional de su tiempo.
De ello dejó constancia en varios de los proyectos periodísticos tan en boga en el Guanajay del pasado siglo. Como colaborador, redactor o jefe de redacción, estuvo vinculado con publicaciones como Obrero Libre, Los Doce Leones, La Trompetilla, Renovación y Centro Progresista. El boletín Simiente y la revista conmemorativa por el 350 aniversario de Guanajay le contaron también entre sus colaboradores, ya muy cercano a unos lúcidos noventa.
Su amor por la música lo llevó no solo al ya desaparecido escenario del Vicente Mora –teatro del que también fue administrador- para hacer coros en zarzuelas o revistas de moda. Promotor cultural por excelencia, estuvo entre quienes diseñaron los festejos por el tricentenario de la Villa, y terminó siendo uno de los autores del Himno de Guanajay.
Entrevistado en agosto de 2000 recordaba:
"La idea de escribir un himno a Guanajay nació al calor de los preparativos para celebrar el aniversario 300 de la Villa... Enrique Díaz Ortega, muy buen escritor se comprometió a redactar unas Estampas de Guanajay para ser representadas en el teatro; pero había un problema: necesitaba un himno que se cantara al final de la obra. Alguien, conocedor de mi facilidad para versificar, me propuso para escribir el texto y el maestro Guillermo Quintero se brindó para ponerle música".
Años antes, en diciembre de 1992, después de un largo período de olvido, se había vuelto a escuchar el Himno, interpretado esa vez por sus ya octogenarios autores. De esa tarde en el museo municipal quedó como constancia una copia de su partitura autografiada por el maestro Quintero. Américo, presencia asidua, casi un trabajador más de la institución, no creyó necesario hacer otro tanto con la letra. Ajeno a las formalidades, nos dejó solo el recuerdo de las emocionadas palabras que dedicó a su patria chica.
Cinco junios hace que las calles de Guanajay no le ven transitar con su eterna boina y una sonrisa que las adversidades de los últimos tiempos fueron haciendo cada vez menos frecuente. Hoy quedan en la memoria su habilidad para el rimar gracioso, o para intercalar, con su todavía conservada voz de tenor, algún fragmento musical que viniera a tono con el momento. Ya no estará del otro lado del teléfono para esclarecer un dato confuso, evocar una anécdota o dar un consejo. Y es algo que se extraña.
Sé -porque él mismo se encargó de decírmelo- que durante un tiempo le resulté antipática, y que solo cambió de opinión cuando empezó a tratarme. Que haya ocurrido así, y no a la inversa, me permitió contarme entre los amigos de sus últimos años. Es mucho lo que personalmente agradezco y lo que hay que agradecer en Guanajay a Américo Navarro. No a cada paso encontrarnos a seres que, por pura vocación de servicio, pongan sus conocimientos y experiencia a disposición de otros. Haber contado con uno de ellos entre nosotros, es uno de los regalos que la vida le ha dado a este pedazo de tierra habanera.
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