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viernes, abril 10, 2009

VIGENCIA DE FERNANDO ORTIZ

Por Miguel Barnet (Granma)

Cuando el 10 de abril de 1969 llevamos el cuerpo de Fernando Ortiz al Cementerio de Colón y el féretro cayó con un golpe seco que taladró mis oídos, pensé que no era posible que una energía tan intensa, un talento tan grande, una sensibilidad tan profunda pudiera desaparecer de pronto y caer en aquel hueco insondable.

A cuarenta años del triste suceso y gracias a la labor de investigadores e instituciones la obra del sabio cubano, a quien Juan Marinello calificó de tercer descubridor de la Isla, tiene hoy más vigencia que nunca. Entre otras razones porque Don Fernando como le llamábamos todos respetuosamente nos puso ante un espejo, el espejo del ser social cubano que es el de la visión universal y proteica del mundo.

Porque ser cubanos es ser universales, como él afirmó en su clara definición de la identidad nacional, a la que vio como proceso totalizador y no como medio de fragmentación. Precursor de los estudios culturales y del choque de las etnias, Don Fernando abrió con visión antropológica una brecha por la cual hemos ido andando con brújula precisa los que nos internamos en la espesa fronda de la cultura cubana. Las herramientas que nos legó el maestro sirven hoy para el análisis de todos aquellos fenómenos de la vida cubana que estaban ocultos o relegados por la ciencia de su época. Una visión global y desprejuiciada y un pensamiento de enfoque anticolonialista e integral son la patente del abogado devenido en precursor de los estudios antropológicos y sociológicos en Cuba y en el continente.

Nacido en La Habana el 16 de julio de 1881, Fernando Ortiz no dejó nunca de ser un cubano de pura cepa, aun cuando vivió una larga estancia en España de niño y viajó por el mundo impartiendo conferencias y asistiendo a Congresos y Seminarios de carácter científico. Si Félix Varela, el presbítero lúcido nos convocó a pensar en cubano, Don Fernando puso en práctica ese ideal y lo llevó hasta su límite más extremo en pos de una visión esencial y poliédrica. Ni panhispanista, ni panamericanista sino latinoamericano y cubano, su conducta cívica, su óptica positivista, de un positivismo moderno y dúctil lo condujo por el camino de la verosimilitud cuando otros de su generación y aun de promociones sucesivas se perdían en la madeja de una ideología alienante y reduccionista.

Fernando Ortiz Fernández fue ante todo un fundador. Rompió tabúes aparentemente indestructibles no solo con hurgar en la naturaleza virgen de la Isla, y en el pozo de las culturas africanas, que revalorizó para la ciencia antropológica, sino porque demostró ser portador de una apreciación de múltiples hechos y circunstancias que habían sido escamoteados por la historiografía acomodada a los patrones occidentales y eurocentristas. Fue un electivista consecuente con la tradición filosófica del siglo diecinueve y con el magisterio de José de la Luz y Caballero. Múltiples son los empeños a los que dedicó más de sesenta años de su prolífica vida intelectual. Uno de ellos, quizás del que menos se hable, fue la iniciativa de crear la Colección Cubana de Libros y Documentos Inéditos o Raros. Publicó desde 1929, hasta que su energía no encontró más émulo, a los clásicos del pensamiento cubano, Arango y Parreño, Félix Varela, José Antonio Saco, Cirilo Villaverde y otros autores que ya en esos años no estaban en los anaqueles de nuestras librerías. Como un coloso rescató "a los antiguos buenos cubanos" y estimuló con esfuerzos colectivos, la necesidad de la cultura, esa energía que es elemento primordial de la forja de una idiosincrasia y de un pensamiento. Porque contó con todos, fue pivote y centro de los más alentadores movimientos culturales, y fundó revistas como Archivos del Folklore Cubano, Estudios Afrocubanos, Ultra y otras.

En 1923, cuando aún el maestro no había realizado ni una cuarta parte de su inmensa obra científica, Rubén Martínez Villena, su secretario de entonces, escribió: "La virtud ubicua de su talento abarca y resuelve a la vez complicados y disímiles asuntos. Simultáneamente lo hemos visto, con asombro, desarrollar todo el conjunto de sus actividades: redactar un alegato jurídico, despachar su consulta, confeccionar un proyecto de ley, reorganizar una compañía mercantil, afrontar un problema parlamentario, revolver al paso una librería de viejo. Y terminada la jornada fatigosa, los que pasaran frente a su casa en las horas altas de la noche, pudieran ver iluminada la ventana de la biblioteca en donde se entrega, como en un descanso, a la labor de nutrir con la lectura su espíritu incansable". Ese espíritu que le hizo posible erigir una obra que comenzó en Menorca a los 13 años y que terminó en La Habana un día como hoy hace cuarenta años. Están frescos en mi memoria los días en que enriquecía con nuevos vocablos y definiciones más completas y abarcadoras el Nuevo Catauro de Cubanismos, obra a la que dedicó sus últimas y ya gastadas energías.

Inmerso siempre en el centro del debate nacional, el triunfo revolucionario lo encontró en el umbral de los ochenta y aún así sirvió al país como Presidente de la Comisión Organizadora de la Academia de Ciencias, a petición de su entrañable amigo Antonio Núñez Jiménez, quien una vez creada fue su primer presidente.

No voy a hacer un recuento de la vasta bibliografía de Don Fernando; pero sí quiero hacer constar mi sorpresa y estupor cada vez que me acerco a ella. Lamento profundamente que sus libros, discursos y correspondencia no estén todavía al alcance de todos porque desde Los Negros Brujos, Los Negros Esclavos, Entre Cubanos, El Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, El Engaño de las Razas, hasta su Nuevo Catauro de Cubanismos, Ortiz nos dio una lección de disciplina intelectual, de vocación científica y cultural, de humanismo y de entrega a una causa por la que sacrificó su precaria salud hasta el último de sus suspiros: Cuba. Cuba era para él más que un país, una devoción inmarcesible, una pasión.

Su lema de "Ciencia, Conciencia y Paciencia" preside como signo de alerta la Fundación que lleva su nombre y que se creó hace ya trece años para perpetuar la obra de quien no vacilo en calificar como el cubano más útil del siglo veinte para las ciencias sociales de nuestro país.

Hoy, que muchos velos de prejuicios raciales, sociales y de pensamiento felizmente se han descorrido, digámosle una vez más a Don Fernando, gracias maestro por haber sido un pilar para la fragua de la nueva Cuba.

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