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martes, septiembre 11, 2007

Debate, silencios y el dime-que-te-diré

Por Ariel Terrero (Cubaprofunda)

Muchas ideas valiosas he pescado este año en el intenso debate que sobre Cuba ha fluido –y sigue fluyendo- en las aguas del correo electrónico y la red de redes. Reflexiones, unas, útiles para acercarse a la comprensión de conflictos oscuros del pasado reciente; otras, oportunas para pulsar inclinaciones de las fuerzas en choque y los posibles hilos que las mueven. Mas he tropezado también, demasiado, con cotillas y vulgaridades ofensivas, firmadas por intelectuales que deberían dar relumbre al pensamiento cubano pero parecen decididos a hacer lo contrario.

El intercambio de artículos, cartas y mensajes, auténtico tiroteo retórico por momentos, coincide en un punto con el debate alentado hoy por la izquierda en el mundo: el descubrimiento del e-mail y de Internet como vía de comunicación alternativa, idónea para subvertir el cerrado control de los medios de prensa tradicionales. Pulsa en Cuba, sin embargo, teclas que tienden a alejarlo de las lecturas que ofrece la oposición anticapitalista del exterior.

En el mundo, los pensadores de izquierda se han sumergido en el análisis de los caminos que debiera seguir el socialismo para superar los desastrosos errores cometidos después de la Revolución de Octubre. El consecuente contrapunteo de ideas, de riqueza teórica, profundidad ideológica y algún enconamiento pasional también, ha servido para abonar nuevas interpretaciones de las propuestas sembradas por los creadores del marxismo y sus corrientes herederas, en la búsqueda de ese ideal, aún amorfo, bautizado ahora como Socialismo del Siglo XXI.

En Cuba, por el contrario, una parte considerable y envolvente de los antagonistas en la “guerrita de los emilios” parece abstraída en la investigación detectivesca de los culpables del llamado Quinquenio Gris o en la revelación emocionada de miserias materiales que nublan la vida en este país.

Los primeros se entretienen –y entretienen a sus lectores- en revolver memorias, en precisar colores y límites temporales para el lamentado quinquenio y en adivinar fantasmas de aquella época tras la pantalla televisiva contemporánea. Curiosamente, acometen ese empeño con una obsesión parecida a la de las figuras políticas del pasado acusadas de estalinismo, que se dedicaron a construir sospechas de reformismo político o diversionismo ideológico con evidencias rastreadas entre las líneas de un poema.

Los segundos, en tanto, se lanzan sobre las actuales agonías económicas y políticas de los cubanos. Los pelos se erizan con algunas revelaciones, pero el efecto suele quedar en la piel. No llega a las neuronas. Bajo el peso de los gimoteos, los alardes y la labia vanidosa, la presunta crítica pierde hondura.

Mérito tienen, a pesar de todo. Y lo digo sin ironías. Aunque la solidez de las exposiciones queda sujeta a la interpretación muy personal de cada autor -con sus posibles manipulaciones conscientes o inconscientes-, sirven para destapar conflictos reales que han gozado de magra atención en la prensa cubana y en los foros políticos. El mérito, sin embargo, se mella cuando la polémica aleja la lupa, con perseverancia lastimosa, de los conflictos actuales de la nación cubana y de sus causas, se distrae en agresiones y ofensas personales de dudosa virtud intelectual, y deja de lado la reflexión más profunda sobre los nuevos caminos que requiere una Revolución necesitada de cambios urgentes en el escenario político y económico para continuar siendo Revolución.

El sospechoso apuro de algunos de esos autores para explicitar su adhesión al socialismo y, sobre todo, a Fidel y Raúl -declaración de fe que por lo general no viene a cuento-, distancia más tales textos del contrapunteo que animan otros cubanos en frecuencia con el debate actual de la izquierda internacional.

Aunque los temas de marras han dominado el tiroteo a través del correo electrónico, no faltan, por suerte, pensadores del patio que han optado por penetrar en los problemas más profundos que han lastrado el avance del socialismo en el mundo y en Cuba. Entre otros asuntos, han puesto sobre el tapete digital las limitaciones mostradas por la democracia socialista y la aspiración de una democracia realmente participativa, así como la incapacidad de la propiedad estatal para alcanzar el sueño de una verdadera propiedad social que estimule el sentimiento correspondiente entre los trabajadores. En el empeño por hallar las raíces de los conflictos visibles -corrupción, doble moral, burocratización del Gobierno, frenos de la productividad, alienación del sentimiento de propietarios, y otros-, han desenfundado la obra de clásicos como Marx y Engels, y han recurrido también a purgados como Trotsky, semipurgados como Gramsci, y a pensadores contemporáneos, cubanos y extranjeros.

Un buen caldo de ideas requiere de condimentos variados y cocción lenta. El fuego sobredimensionado quema por fuera y deja cruda la médula.

Hasta donde he podido sondear, el debate con intenciones de cocido integral gana adeptos entre sociólogos, economistas, historiadores, hombres de empresas, dirigentes políticos, periodistas e intelectuales cubanos en general. Pero su manifestación en la red de redes me parece escasa todavía. ¿Por qué no se impone sobre los asuntos fútiles y arcaicos preferidos por la guerrita de los e-mail? ¿Haraganería? ¿Censura? ¿Autocensura? ¿Rechazo a vincularse en una controversia donde ha predominado la superficialidad? ¿Limitaciones para acceder al correo electrónico? ¿Inercia?

El predominio de un discurso digital cargado hasta el momento de resquemores y enredos de escaso calado teórico responde, en mi personal opinión, a la escasez de un debate ideológico abierto en estos años de Revolución. Por lo mismo, la explosión de los e-mails se ha convertido en un suceso sorprendente en sí, por el hecho más que por su contenido. La forma, no la sustancia, acaparó la atención esta vez, después de décadas en que la polémica era extirpada de los medios de prensa cada vez que intentaba aflorar.

El debate público -público, insisto, porque en los entretelones de la cotidianidad siempre existió- quedó restringido a momentos excepcionales en que el Gobierno abrió las puertas a la discusión de coyunturas, discursos o programas políticos y económicos específicos. En consecuencia, los cubanos quedamos sin oportunidad para el entrenamiento en la controversia ideológica y sin madurez aparente para enfrentarla hoy, en franca contradicción con el creciente nivel cultural y político alcanzado por la nación y el tradicional sentimiento patriótico sobre el que permanece apuntalada la Revolución.

CAUSAS Y AZARES DEL SILENCIO

Sobre las causas de la ausencia de un debate público y sistemático, mucho pudiera especularse. No faltan lumbreras que, en un exabrupto de originalidad, buscan en la Revolución Cubana rasgos del estalinismo que llevó a la bancarrota a la Unión Soviética. Yo prefiero escarbar en una dirección más caribeña.

Razón fundamental, aunque no única, del silencio ha sido el sentimiento de plaza sitiada que Estados Unidos se ha ocupado de instigar acá. El bloqueo económico a Cuba no es mera imaginería política de un grupo en el poder. Lo confirman las recientes sanciones a dos empresas: Travelocity y una filial mexicana de American Express. Cuando algunos congresistas estadounidenses discuten sobre la conveniencia de eliminar lo que llaman embargo, reconocen públicamente el acercamiento comercial a la Isla como una mejor alternativa para reducir a cero la Revolución Cubana. Así nos quieren.

Otra evidencia del acoso es el pago abierto de la Casa Blanca a la disidencia política cubana. La opción mercenaria empaña, de paso, cualquier otro cuestionamiento en la Isla, aun desde la izquierda, a las políticas gubernamentales. Al millonario costo económico de la agresión estadounidense, habría que añadir como uno de sus efectos más dañinos la contribución a mantener apagado un debate necesario no solo cuando es invocado por el Gobierno o el Partido.

Tal efecto le ha venido como anillo al dedo a Washington y sus aliados para sustentar su casino de exageraciones y manipulaciones sobre la libertad de expresión en Cuba.

Los intentos sanos por contradecir criterios de la ortodoxia marxista leninista o decisiones de la dirección partidista, y de Fidel en persona, quedan en entredicho, y hasta suenan a pecado, en escenario tan tirante. La duda, la refutación, el reclamo, el cuestionamiento a una política interna, la proposición de una alternativa diferente, se han abierto paso, en algunas ocasiones, desde abajo. Pero suelen agitar el aire como el fantasma de un fraccionamiento al que la Revolución Cubana ha temido más que a un atentado terrorista cocinado en Miami.

Fundamentan tal recelo los fracasos provocados por grietas en la unidad de fuerzas de izquierda, en otros procesos revolucionarios de la historia cubana y universal. Pero también abundan los ejemplos de quiebras por dar la espalda al libre debate de las políticas nacionales.

Tras telón tan poco propicio a la controversia, la burocracia anidada en el Gobierno encubre su humano pavor a una reforma que podría serrucharle el piso. Acomodada a un discurso que se aleja de conflictos que no hayan sido reconocidos previamente por las autoridades, prefiere no desafiar opciones. Con paciencia, aguarda a que las decisiones vengan de arriba. Ajustan el velamen a la dirección del viento y se aferran a la cubierta.

Prosperan poco, incluso, llamados como el hecho por Fidel Castro en noviembre de 2005, en la Universidad de La Habana, cuando alertó que la corrupción era una de las más graves amenazas a la Revolución. ¿Cómo quieren las respuestas? ¿Envasadas y predigeridas?

El cierre al debate ideológico comporta riesgos; uno, el del distanciamiento entre la cúpula del Gobierno y los protagonistas de la Revolución en la base. La dirección del Partido sondea sistemáticamente el estado de opinión de la población, pero ese mecanismo no garantiza un intercambio fluido de opiniones, bidireccional, vertical y horizontal, entre todos los escalones de la sociedad.

La vuelta a la centralización económica, por ejemplo, ha frenado los intentos de mayor participación en la toma de decisiones en la base empresarial. No goza, de hecho, de respaldo en muchos sectores del empresariado cubano. Las fuerzas técnicas de que justamente se enorgullecen los revolucionarios del patio muchas veces ven limitada, al rol de meros ejecutores, su intervención en los desafíos económicos de la nación. Aunque pudiera quedar con las manos libres para actuar, sus neuronas tienden a permanecer atadas. El camino y las reglas del juego las trazan otros.

Sin un intercambio permanente de opiniones, se corre el riesgo, además, de extraviar las entendederas en el revuelo levantado por el dime-que-te-diré que desborda hoy al correo electrónico. La refriega digital, signada por ofensas, acusaciones, eventos anquilosados y recursos poco gallardos, amenaza con alejar el pensamiento de la nación de cuestiones esenciales para la supervivencia de la Revolución. En tal caso, se convierte en un veneno tan o más letal que la corrupción, la doble moral y las celadas del gobierno estadounidense.

Valdría la pena, entonces, intentar un rescate del debate, en medios alternativos y públicos, hacia los senderos más enjundiosos que recorre ya, sin bullicio, en círculos intelectuales, medios empresariales, círculos de trabajadores, esquinas de barrio y en parte de la propia militancia del Partido.

Cuba se encuentra en estos momentos en una coyuntura particularmente tensa a la que ayudan poco el silencio o el descarrío tras las fanfarronerías y lamentos retóricos de algunos intelectuales. Después de cinco décadas de penoso avance, el país necesita de ajustes y cambios en sus estructuras económicas y políticas internas, para seguir tras esa utopía del socialismo, que se acerca y se aleja por momentos. Esquiva en términos históricos, esa utopía trasciende las metas del beneficio material o la garantía estatal de servicios sociales básicos, a los que suele agarrarse algún discurso. El socialismo tiene la mira mucho más allá: en una sociedad de trabajadores que deje de esperar pasivamente del Estado la solución de sus problemas, participe con más bríos en la toma de decisiones y salga a construir un presente más atractivo y cercano que la promesa de un futuro idílico.

Esa es la coyuntura ante la cual veo hoy a una inteligencia nacional que ha sido históricamente fiel al reto y la discusión.

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