LOS ENIGMAS DE DOS RÍOS
Martí no salió a
morir, sino a pelear, el 19 de mayo de 1895. Una sucesión de sorpresas escapó
de las manos de los hombres ese día. Así lo confirman las investigaciones
realizadas por un equipo interdisciplinario*
Por Eduardo Vázquez Pérez (Juventud
Rebelde)
Así vio la caída en combate de José Martí el pintor Esteban Valderrama. |
Las batallas de envergadura militar no son las que han generado más literatura en los estudios de nuestras guerras de independencia, sino encuentros menores de un alto costo político: San Pedro, donde murió Antonio Maceo, y Dos Ríos, donde, la tarde del 19 de mayo de 1895, cayó José Martí, el alma de la nueva revolución que comenzaba. Sobrecoge saber que ese día él fue la única baja mortal del Ejército Libertador.
Pero los motivos de
las investigaciones son diferentes. No hay dudas de cómo tuvo lugar la muerte
del Titán de Bronce. Cuando recibió la herida mortal lo rodeaban su médico y
varios oficiales. Todo lo contrario ocurre con José Martí. Era el organizador
del movimiento, su figura más abarcadora, un civil. Cayó en el punto más
cercano a las filas españolas que cubano alguno alcanzara ese día, y solo lo
acompañaba un joven de 20 años. Dos Ríos fue la primera y única acción de
guerra en la que participó. Se asegura que su revólver tenía todas las cápsulas
intactas. Durante más de un siglo una pregunta ha atormentado a quienes se
acercan a esa extraña realidad: ¿Cuáles fueron las causas de aquel azar?
Nadie pudo dejar
testimonio claro de cómo se precipitaron los acontecimientos. Dos hombres
habrían podido esclarecerlo: su único acompañante, el joven Ángel de la
Guardia, murió antes de concluir la guerra y solo dejó versiones orales que
llegan a nosotros en tercera o cuarta vuelta del rumoreo. El coronel Francisco
Blanco, «Bellito», resultó herido muy cerca del Maestro, pero la herida le
causó tétanos y murió pocos días después. Esta es la primera causa del cenital
misterio con que hemos contemplado la muerte de Martí.
Aspectos que han
hallado respuesta en el ámbito académico aún persisten, con ingenua ligereza,
en amplios sectores de la población.
EN BUSCA DEL TERRENO
PERDIDO
La columna española
que combatió en Dos Ríos estaba integrada por 800 soldados y la mandaba el
coronel Ximénez de Sandoval. Salió de Palma Soriano el 17 de mayo de 1895 para
abastecer un fortín situado en Ventas de Casanova, no para perseguir ninguna
fuerza cubana, como a veces se ha afirmado. Cumplida esa misión debía regresar
a Palma. Pero la noche del 18 recibió la confidencia de que más allá de Dos
Ríos se encontraba una fuerza cubana con Máximo Gómez, Paquito Borrero, Masó y
Martí. Esto torció el rumbo de la historia. Sandoval decidió variar el destino
y como consecuencia provocó el combate de Dos Ríos donde cayó José Martí.
Hasta el momento,
las explicaciones de la acción han sido literarias. Pero, para analizar un
combate se necesita conocer el terreno donde se desarrolló. Los militares
dicen: «El terreno es el dictador». Pero en el Dos Ríos actual nada recuerda lo
que describen los testimonios.
Por ello, es
necesario visualizar la zona como era en 1895. El único punto de referencia
conservado es donde cayó José Martí. Sobre este se colocó el Obelisco. El
teniente del Ejército Nacional y topógrafo Rafael Lubían, en 1922, levantó
croquis que situaba el lugar de la caída a 250 metros de la cerca lindero.
Analizando testimonios y documentos antiguos y las evidencias arqueológicas
aportadas por Valentín Gutiérrez, el cartógrafo José María Camero realizó
nuevos planos de la zona.
Cualquier polígono
de prácticas militares tiene una superficie mayor. En su parte más extensa, el
ancho no sobrepasa en demasía los 300 metros y su longitud se encuentra sobre
los mil metros. Era una finca dedicada a la cría de ganado, propiedad de José
Rosalía Pacheco, un cubano veterano de la Guerra de los Diez Años. Sus límites
estaban marcados por cercas de alambre, y en dirección norte se entraba por una
talanquera, que fue donde se inició el combate.
Terreno llano, pero
no despejado. Enmarañado, lo recuerdan los testimonios cubanos. Hablan de un
sao, que el diccionario de Esteban Pichardo describe como: «Sabana pequeña
sembrada naturalmente de algunos pedazos o montones aislados de arbolados o
matorrales». Cuando atravesaba esta finca, la vanguardia española sostuvo
disparos con una exploración cubana que vigilaba el acceso. Los cubanos se
retiraron para informar de la presencia del enemigo. Eran las 11:45 de la
mañana y los españoles habían andado 17 kilómetros desde el amanecer. La tropa
estaba cansada y el coronel Sandoval decidió que almorzaran y descansaran. Por
la tarde continuarían la búsqueda de los cubanos que, tal como imaginaba, se
encontraban en Vuelta Grande, a unos cinco kilómetros, en la orilla izquierda
del Contramaestre.
MÁXIMO GÓMEZ EN
BUSCA DE SU PRIMER COMBATE
Cuando llegó la
noticia de la presencia enemiga en Dos Ríos, sin mediar otra precaución, Máximo
Gómez mandó a montar y salir en busca de la columna. En los análisis históricos
no podemos obviar los elementos psicológicos ni el tono emocional en que tienen
lugar los hechos. Reinaba un exaltado patriotismo. Primero, los conducía Máximo
Gómez, una leyenda de la guerra. Segundo, minutos antes, habían escuchado el
último discurso de Martí. Obnubilados aún por el
resplandor de aquel verbo salieron.
Hacía 38 días que el
mayor general Máximo Gómez había desembarcado junto con Martí. Era el jefe
militar del movimiento, pero en todo ese tiempo no había podido contar con
fuerza suficiente para dar batalla. Firma comunicaciones que insisten en la
necesidad de activar las acciones y él mismo no ha podido hacerlo. El día 17,
salió con su pequeña partida de 30 o 40 hombres para atacar el convoy de
Sandoval, pero no lo encontró. La llegada del general Bartolomé Masó, la noche
del 18, con más de 300 jinetes elevó circunstancialmente el número de
combatientes. Gómez, un hombre definido por su gran movilidad, no quiso
desperdiciar la oportunidad. Hacía 17 años que no dirigía una batalla. En otras
ocasiones su intuición lo había conducido a victorias brillantes.
El combate
Por el camino, las
filas de la tropa cubana se fueron estirando. Cuando la vanguardia, integrada
por hombres de Manzanillo, al mando de Amador Guerra, llegó al Paso de Santa
Úrsula, el guía dice que el río está muy crecido y que no se puede vadear por
allí. Guerra ordena continuar más al sur buscando otro paso. Detrás llega Gómez
y no le hace caso al guía y fuerza el cruce por allí mismo. El río crecido,
márgenes escarpadas y fangosas, hacen lenta la maniobra. La columna se alargó
aun más. La fuerza cubana había perdido su vanguardia, y el centro —donde
marchaba Gómez— se convirtió de hecho en vanguardia. La retaguardia arribaba
poco a poco y algunos nunca llegaron a cruzar el río. Una cifra imprecisa, que
se calcula en menos de la mitad, fueron los que vadearon el Contramaestre. Pero
arremolinados, avanzan con entusiasmo delirante.
Es curioso que la
avanzadilla española que vigilaba el portón de la finca no escuchara a tiempo
el tropel de los caballos que se acercaban. Eso le costó ser aniquilada en
pocos minutos. Estimulado por el primer choque, Gómez continuó la carga. Pero
las unidades españolas se movilizaron de inmediato y los recibieron con
descargas cerradas. En medio de los primeros disparos, el jefe español movió a
otra de sus compañías para el frente norte y sumaron 300 hombres en
relativamente poco espacio.
Los soldados tiraban
de pie o rodilla en tierra, con mejores posibilidades para tomar puntería. La
velocidad de la caballería cubana hubiera podido equilibrar la balanza, pero el
terreno —lleno de matorrales y árboles— no era favorable para las cargas de
caballería. Para muchos de ellos era su primera acción de guerra. Máximo Gómez
anotó en su diario de campaña: «La gente novicia no me siguió en la carga
sostenida», y luego añade que no le fue posible apagar los fuegos nutridos de
las compañías españolas «con los disparos mal dirigidos» de los cubanos.
Además de los
ataques de Gómez y Borrero por el norte, hubo otros sitios donde se desarrolló
la acción. La vanguardia cubana atacó la retaguardia española por su flanco
izquierdo. Intentó el cruce del Contramaestre por el lugar que hoy se conoce
como Paso de María. Pero los centinelas españoles, protegidos por la vegetación
de la orilla escarpada, tras un corto intercambio de disparos los obligaron a retirarse.
Más intenso fue el choque en el flanco derecho. Gómez mandó a desmontar a un
grupo de mambises con la misión de atacar a través del bosque esa zona de la
defensa enemiga. En medio del combate, Sandoval había enviado con urgencia una
compañía a ocupar esta posición y la reforzó con los 23 jinetes que tenía. Hubo
un fuego nutrido, pero por más que lo intentaron, los cubanos tampoco lograron
forzar las líneas por esa dirección.
Se ha insistido en
que fue una acción mal preparada por Gómez. En tantos años de guerra, los jefes
más experimentados se equivocaron en más de una ocasión. Pero en los anales,
esos errores solo se registran cuando conllevan a una derrota significativa. Si
no fuera por la muerte de Martí, el combate de Dos Ríos hubiera sido un encuentro
más, donde los cubanos no lograron la victoria que esperaban, pero no podría
catalogarse de derrota. La macabra contabilidad de la sangre los favoreció,
pues las fuerzas cubanas tuvieron seis heridos y un muerto, y los españoles
cinco muertos y seis heridos.
Ahora bien, algo
debe quedar claro: no hay relación directa entre la forma en que Gómez dirigió
la acción y la caída de Martí.
LA ORDEN QUE MARTÍ
NO PODÍA OBEDECER
Cuando Gómez fue
rechazado, se retiró para reorganizar las fuerzas. Debe haber sido al abrigo de
los árboles de jatía que ya no existen. Se dispuso a ordenar una nueva carga y
con ese propósito distribuyó a los hombres. Paquito Borrero atacaría por la
derecha, él intentaría romper las filas enemigas por la izquierda. Se supone que
entonces ve a Martí y le ordena retirarse, que ese no es su lugar, le dice.
No hay dudas de la
intención de protección que tuvo la orden de Gómez. Martí era una figura
demasiado importante para exponerla al fuego. Pero Martí era el jefe superior
de la revolución. Gómez nunca se distinguió por el tacto de las palabras ni los
tonos. En medio de la tensión del combate, con una tropa que no conoce, cuando
su primer ataque había fracasado, ¿cuál sería el tono que utilizaría para
decirle a Martí que ese no era su lugar? ¿Cuántas personas lo escucharían? ¿Qué
pensarían aquellos campesinos que no lo conocían y que una hora antes habían
escuchado su discurso inflamado, si ahora veían a Martí aguardar en la
retaguardia? «Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y a mi
pueblo a las espaldas», le había escrito tres meses antes a María Mantilla.
Muchas veces
intentaron descalificarlo por no tener experiencia guerrera. Sentía también la
presión de quienes querían alejarlo del centro de decisiones. No se iría de
Cuba, dijo, hasta haber participado, al menos, en dos combates. Dos Ríos fue la
primera oportunidad. El concepto del decoro de Martí como dirigente no le
dejaba otra opción. Él mismo lo reiteró en muchas ocasiones: «Un pueblo se deja
servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y
no empezó por poner en riesgo su vida».
Solo si se
desconocen las condiciones del terreno y la manera en que se desarrolló el
combate, se puede considerar insólito el hecho de que una vez que Martí salió a
la pelea, no pudiera orientarse adecuadamente. Existe un testimonio, tan
antiguo como asequible, que niega el carácter que algunos le han atribuido a la
ubicación de Martí en el terreno de batalla como algo increíble: las memorias
del coronel del Ejército Libertador Manuel Piedra Martel. Era entonces también
un combatiente inexperto. Ansioso por entrar en la pelea, entró a rienda suelta
en el polígono, pero la vegetación lo desorientó y fue a dar contra las filas
españolas, donde, como él mismo escribió, «un enjambre de proyectiles nos
acogió».
Otra pregunta acosa
a todo el que se acerca al tema. ¿Por qué José Martí, el delegado del Partido
Revolucionario Cubano, máximo organizador de la revolución, se encontraba solo? Después que el general Gómez
le ordenó retirarse, Martí debió mantenerse en la retaguardia, detrás del tan
mencionado bosque de jatías o entre sus árboles, fuera del campo de visión de
los combatientes. Solo, porque no se le había asignado escolta. Hasta ese
momento había marchado con los pocos hombres que acompañaban a Gómez. El
combate se presentó de manera inesperada y Gómez encabezó la carga y ordenó que
le siguieran.
No hubo retaguardia
organizada. Solo los jinetes que iban llegando después de cruzar el río
Contramaestre y, sin mayor concierto, tomaban un rumbo u otro, tal como el mencionado caso de Piedra Martel. En medio
de ese confuso ir y venir de combatientes, con el estruendo de la fusilería a
cientos de metros, estaría José Martí, solo, tenso y adolorido, por la ríspida
orden que había recibido. En esa situación encontró a su lado al joven Ángel de
La Guardia, ayudante de Bartolomé Masó, y lo invitó a ir a la carga. De la
Guardia, que esa mañana había escuchado el emotivo discurso de Martí, no dudó
en seguirlo. Espoleado por su honor, el Apóstol penetró en el enmarañado
polígono de la muerte.
LA MUERTE
En los días
inmediatos a la muerte de Martí, numerosos periódicos reiteraron la información
brindada por soldados españoles de que habían visto a Martí, revólver en mano,
moviéndose de un lugar a otro, como alentando a los dispersos mambises. Como
publicó el reaccionario Diario de la Marina, el 23 de mayo de 1895: «Martí
murió arengando a los suyos, revólver en mano». Esto contribuye a desacreditar
emponzoñosas insinuaciones. Martí no salió a morir, sino a pelear.
Todo sucedió en muy
pocos segundos. Recibió tres disparos que le hicieron desde otras tantas
direcciones. Por el frente, por la derecha y desde su izquierda. Aún se discute
si la herida que recibió de frente, cuyo orificio de entrada estaba en el puño
del esternón y una dirección de arriba hacia abajo, pudo ser hecha sobre el
caballo, o si, como sostienen otras versiones, el guía cubano de la columna
española lo remató cuando, agonizante, Martí se encontraba en tierra.
Hay que ver al
hombre en medio del caos de sus circunstancias y en el mismo escenario del
drama. Hay que comprenderlo en la encrucijada de las pasiones. Todo sucedió de
manera precipitada. Fue una sucesión de sorpresas que escapó de las manos de
los hombres.
*De estos estudios
resultó el documental Dos Ríos. El enigma, dirigido por Roly Peña (a partir de
un guión escrito por el autor de este artículo,) y patrocinado por la Sociedad
Cultural José Martí, con la entusiasta colaboración de la Oficina del
Historiador de La Habana, la Universidad de las Ciencias Informáticas y el
Partido y el Poder Popular en la provincia de Granma.
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