CUANDO LA MUERTE NO ES VERDAD
Su fama y
reconocimiento universales los asumió con la bandera cubana en alto. Sin
reparar en lauros ni distinciones, compartió sus conocimientos con cuantos
entrenadores se le acercaban, alejado de poses petulantes o prepotentes
Por Alfonso G. Nacianceno
García (Granma)
Ameno conversador,
dado al debate más allá del ámbito deportivo, estudioso, exigente, forjador de
voluntades, amante de sus discípulas a quienes se entregó por entero para
elevarlas a la gloria del olimpismo. Familiar, amistoso, sereno, de ademanes
breves y voz queda, así era Eugenio George Laffita.
Corría el año de
1975 cuando dirigió a las jovencitas que compitieron en el Campeonato de Norte,
Centroamérica y el Caribe (NORCECA), en Los Ángeles, Estados Unidos. Aquella
resultó la primera incursión del voleibol por tierras norteamericanas después
del triunfo de la Revolución, un evento nada sosegado para los nuestros, pues
los tabloncillos estaban muy cerca de la mano del público, y el ambiente era
convulso.
Allí, su equipo
junto al de varones mostraron su estirpe de campeonas, fama engrandecida luego
por las mujeres con el oro ganado en tres Campeonatos Mundiales, igual cantidad
de Juegos Olímpicos y múltiples competencias más.
Su fama y
reconocimiento universales los asumió con la bandera cubana en alto. Sin
reparar en lauros ni distinciones, compartió sus conocimientos con cuantos
entrenadores se le acercaban, alejado de poses petulantes o prepotentes.
LA RESPUESTA NO
PUBLICADA
Por el apretado
espacio de una página de periódico, esta respuesta de Eugenio no salió
publicada en una de las últimas entrevistas que concedió a la prensa, cuando
cumplió el pasado 29 de marzo sus 81 años, ya aquejado de la mortal enfermedad.
Entonces dijo a Granma: “Nunca tuve diferencias con algún director técnico, me
venían a preguntar cómo preparaba los planes de entrenamiento y les transmitía
todas mis experiencias, no me preocupa compartir los conocimientos, pues el
terreno dice quién lo hará mejor. Los norteamericanos, los europeos, los
asiáticos, y hasta los australianos se me han acercado para intercambiar
criterios. He estado abierto a cualquier sugerencia”.
Este redactor no
olvida los extraordinarios momentos vividos en 1987, durante una de las visitas
del equipo cubano femenino a China. “Verás cómo nos reciben allí, y qué cariño
sienten por nuestro equipo”, me confió antes de partir. Nunca he visto a tanto
público reunido en hileras a ambos lados de la entrada a los gimnasios,
incluso, muchos pagaron por presenciar los entrenamientos de la selección
antillana, porque no consiguieron boletos para el juego oficial. Fue un
espectáculo único, que el “profe” agradeció al pueblo chino en sus encuentros
con la prensa efectuadas en varias ciudades de ese hermano país.
MÁS ALLÁ DEL TERRENO
Unos de sus momentos
para confraternizar en estos periplos del elenco por tierras foráneas, los
aprovechaba el maestro y conversaba con el colectivo fuera del terreno: eran la
hora del almuerzo y la comida. Un animado diálogo se establecía entre
entrenadores y jugadoras, que iba desde una breve lección de cómo comportarse
en la mesa, hasta la profundidad de remarcarles que, por encima de los
resultados competitivos, estaba la imagen irradiada por ellas dentro y fuera de
la cancha como ejemplo de la juventud cubana.
Ni en los días en
que la enfermedad lo acosaba dejó de asistir a la Escuela Nacional de Voleibol.
Era su tiempo de realización, estar en la cancha observando la preparación de
las nuevas generaciones, confiando sus enseñanzas a los directores técnicos de
hoy. Cada mañana aquella visita al centro era como una luz de aliento que inundaba
su cuerpo, porque más que un hombre del deporte, Eugenio George fue un hombre
dedicado por entero al deporte.
Muchos años
compartió las buenas o amargas experiencias junto a su compañera Graciela
González (Chela), también fallecida, quien fungió como responsable de la
comisión técnica nacional. Vivió intensamente en compañía de los entrenadores
Antonio (Ñico) Perdomo y Luis Felipe Calderón, ambos desaparecidos, con quienes
mantuvo nexos por décadas.
Madrugadas enteras
las dedicó al análisis de las rivales en diferentes competencias en el
extranjero. Yugulados por el estrés, ahuyentando al sueño en la habitación de
un hotel, sin importarles cambios de horarios ni el tiempo para alimentarse,
así vivió esa estirpe de mentores, de la cual Eugenio representó el faro a
seguir. En la tarde o noche siguiente, saboreaba en lo más íntimo, sin apenas
mostrarlo en público, la satisfacción de ver ese esfuerzo recompensado con el
éxito en el terreno.
UNA FRAGUA DE AMOR
Hay personas a las
que la vida les niega la posibilidad de tener hijos. Sin embargo, el “profe”
hizo de sus familiares y de sus voleibolistas una gigantesca e indestructible
fragua de amor. Más de una vez las cobijó cuando alguna decepción amenazaba con
arruinar sus carreras. Su lealtad a la Patria y humildad, lo colocaron en el
más alto sitial del deporte cuando fue reconocido como el Mejor Entrenador de
equipos femeninos del siglo XX, amén de otras condecoraciones como la de Héroe
Nacional del Trabajo de la República de Cuba.
No son estas líneas
para hacer una suma cronológica de cuántas preseas o méritos reunió Eugenio
desde la partida de su natal Baracoa para convertirse en un símbolo de Cuba,
respetado en las más lejanas latitudes por su aporte no solo al deporte
nuestro, sino también al mundial.
El mexicano Rubén
Acosta y el chino Wei Jizhong, quienes fueron presidentes de la Federación
Internacional de Voleibol, en más de una ocasión reclamaron los consejos del
“profe” antes de introducir algunas de las modernizaciones a este deporte.
Jizhong, de carácter jovial y amistoso, dijo en una oportunidad que había
viajado cientos de kilómetros antes de comenzar uno de los Mundiales, solo para
estrechar la mano de su amigo.
Después de
acontecimientos tan loables, el semblante del maestro retomaba su ritmo para
continuar adelante. “La procesión va por dentro”, le respondió a un colega que
vio en él a una persona inmutable cuando se sentaba en el banco para dirigir,
labor compartida con Ñico Perdomo durante años.
Ante tanta historia
y lealtad a su Patria, muy clara estuvo Mireya Luis ayer cuando al pronunciar
sus palabras de despedida del duelo en el cementerio, afirmó: “despedimos a un
héroe del deporte”.
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