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martes, junio 03, 2014

CUANDO LA MUERTE NO ES VERDAD

Su fama y reconocimiento universales los asumió con la bandera cubana en alto. Sin reparar en lauros ni distinciones, compartió sus conocimientos con cuantos entrenadores se le acercaban, alejado de poses petulantes o prepotentes


Por Alfonso G. Nacianceno García (Granma)

Ameno conversador, dado al debate más allá del ámbito deportivo, estudioso, exigente, forjador de voluntades, amante de sus discípulas a quienes se entregó por entero para elevarlas a la gloria del olimpismo. Familiar, amistoso, sereno, de ademanes breves y voz queda, así era Eugenio George Laffita.

Corría el año de 1975 cuando dirigió a las jovencitas que compitieron en el Campeonato de Norte, Centroamérica y el Caribe (NORCECA), en Los Ángeles, Estados Unidos. Aquella resultó la primera incursión del voleibol por tierras norteamericanas después del triunfo de la Revolución, un evento nada sosegado para los nuestros, pues los tabloncillos estaban muy cerca de la mano del público, y el ambiente era convulso.

Allí, su equipo junto al de varones mostraron su estirpe de campeonas, fama engrandecida luego por las mujeres con el oro ganado en tres Campeonatos Mundiales, igual cantidad de Juegos Olímpicos y múltiples competencias más.

Su fama y reconocimiento universales los asumió con la bandera cubana en alto. Sin reparar en lauros ni distinciones, compartió sus conocimientos con cuantos entrenadores se le acercaban, alejado de poses petulantes o prepotentes.

LA RESPUESTA NO PUBLICADA

Por el apretado espacio de una página de periódico, esta respuesta de Eugenio no salió publicada en una de las últimas entrevistas que concedió a la prensa, cuando cumplió el pasado 29 de marzo sus 81 años, ya aquejado de la mortal enfermedad. Entonces dijo a Granma: “Nunca tuve diferencias con algún director técnico, me venían a preguntar cómo preparaba los planes de entrenamiento y les transmitía todas mis experiencias, no me preocupa compartir los conocimientos, pues el terreno dice quién lo hará mejor. Los norteamericanos, los europeos, los asiáticos, y hasta los australianos se me han acercado para intercambiar criterios. He estado abierto a cualquier sugerencia”.

Este redactor no olvida los extraordinarios momentos vividos en 1987, durante una de las visitas del equipo cubano femenino a China. “Verás cómo nos reciben allí, y qué cariño sienten por nuestro equipo”, me confió antes de partir. Nunca he visto a tanto público reunido en hileras a ambos lados de la entrada a los gimnasios, incluso, muchos pagaron por presenciar los entrenamientos de la selección antillana, porque no consiguieron boletos para el juego oficial. Fue un espectáculo único, que el “profe” agradeció al pueblo chino en sus encuentros con la prensa efectuadas en varias ciudades de ese hermano país.

MÁS ALLÁ DEL TERRENO

Unos de sus momentos para confraternizar en estos periplos del elenco por tierras foráneas, los aprovechaba el maestro y conversaba con el colectivo fuera del terreno: eran la hora del almuerzo y la comida. Un animado diálogo se establecía entre entrenadores y jugadoras, que iba desde una breve lección de cómo comportarse en la mesa, hasta la profundidad de remarcarles que, por encima de los resultados competitivos, estaba la imagen irradiada por ellas dentro y fuera de la cancha como ejemplo de la juventud cubana.

Ni en los días en que la enfermedad lo acosaba dejó de asistir a la Escuela Nacional de Voleibol. Era su tiempo de realización, estar en la cancha observando la preparación de las nuevas generaciones, confiando sus enseñanzas a los directores técnicos de hoy. Cada mañana aquella visita al centro era como una luz de aliento que inundaba su cuerpo, porque más que un hombre del deporte, Eugenio George fue un hombre dedicado por entero al deporte.

Muchos años compartió las buenas o amargas experiencias junto a su compañera Graciela González (Chela), también fallecida, quien fungió como responsable de la comisión técnica nacional. Vivió intensamente en compañía de los entrenadores Antonio (Ñico) Perdomo y Luis Felipe Calderón, ambos desaparecidos, con quienes mantuvo nexos por décadas.

Madrugadas enteras las dedicó al análisis de las rivales en diferentes competencias en el extranjero. Yugulados por el estrés, ahuyentando al sueño en la habitación de un hotel, sin importarles cambios de horarios ni el tiempo para alimentarse, así vivió esa estirpe de mentores, de la cual Eugenio representó el faro a seguir. En la tarde o noche siguiente, saboreaba en lo más íntimo, sin apenas mostrarlo en público, la satisfacción de ver ese esfuerzo recompensado con el éxito en el terreno.

UNA FRAGUA DE AMOR

Hay personas a las que la vida les niega la posibilidad de tener hijos. Sin embargo, el “profe” hizo de sus familiares y de sus voleibolistas una gigantesca e indestructible fragua de amor. Más de una vez las cobijó cuando alguna decepción amenazaba con arruinar sus carreras. Su lealtad a la Patria y humildad, lo colocaron en el más alto sitial del deporte cuando fue reconocido como el Mejor Entrenador de equipos femeninos del siglo XX, amén de otras condecoraciones como la de Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba.

No son estas líneas para hacer una suma cronológica de cuántas preseas o méritos reunió Eugenio desde la partida de su natal Baracoa para convertirse en un símbolo de Cuba, respetado en las más lejanas latitudes por su aporte no solo al deporte nuestro, sino también al mundial.

El mexicano Rubén Acosta y el chino Wei Jizhong, quienes fueron presidentes de la Federación Internacional de Voleibol, en más de una ocasión reclamaron los consejos del “profe” antes de introducir algunas de las modernizaciones a este deporte. Jizhong, de carácter jovial y amistoso, dijo en una oportunidad que había viajado cientos de kilómetros antes de comenzar uno de los Mundiales, solo para estrechar la mano de su amigo.

Después de acontecimientos tan loables, el semblante del maestro retomaba su ritmo para continuar adelante. “La procesión va por dentro”, le respondió a un colega que vio en él a una persona inmutable cuando se sentaba en el banco para dirigir, labor compartida con Ñico Perdomo durante años.

Ante tanta historia y lealtad a su Patria, muy clara estuvo Mireya Luis ayer cuando al pronunciar sus palabras de despedida del duelo en el cementerio, afirmó: “despedimos a un héroe del deporte”.


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