3 PREGUNTAS A SILVIO RODRÍGUEZ
Por Harold Cárdenas Lema (La Joven Cuba)
1. ¿Qué opinión le
merece el episodio ocurrido recientemente con Roberto Carcassés? ¿Qué lo motivó
a invitarlo a tocar con usted?
Lo primero es
recordar que mi último disco, “Segunda Cita”, lo hice con Roberto. Esta fue una
colaboración que empezamos a hablar 20 años atrás, cuando él estuvo en Ojalá
grabando con Santiago Feliú. También soy viejo amigo de su padre, Bobby
Carcassés, o sea que conozco a la persona y al músico desde hace mucho.
Como cualquiera que
esté al tanto de lo que él hace, yo sabía que en sus presentaciones él suele
soltarse, así que no me sorprendieron sus improvisaciones. Recordemos que el
acto tuvo una participación amplísima, como espectro cultural, y ya se sabe que
cada artista (como cada persona) “es un mundo”.
Es significativo que
entre el público presente no hubo alguna reacción especial y que la noche
continuó fluyendo con toda normalidad. Fue en el exterior de Cuba donde se dijo
que Robertico se había manifestado contra el gobierno. Después, un funcionario
–que al parecer desconocía la forma de improvisar de Roberto– pretendió
responder a la prensa foránea suspendiendo indefinidamente al músico.
Fue como si allá
hubieran apretado un botón que activaba una medida aquí. Guerra fría en 4D y
sonido surround. Me pareció injusto que por un mecanismo político vicioso, que
debiera haberse superado, tuviera que pagar un gran talento. Y actué en
consecuencia.
2. El llamado
Quinquenio Gris todavía resulta un episodio doloroso en la cultura cubana,
mucho se ha hablado del mismo por parte de la intelectualidad sin embargo
destaca la ausencia de la opinión de los decisores culturales en la época. Un
capítulo que quizás no esté completo o falte por escribir. ¿Qué opinión le
merece Luis Pavón a Silvio Rodríguez?
Cierto que faltan
las opiniones de los funcionarios cuestionados, y es una pena, porque pareciera
que no tienen derecho a expresarse. Sin embargo, ahora recuerdo que al menos
uno de los cuestionados sí dio opiniones. Me refiero a la entrevista “Los
Beatles nunca estuvieron prohibidos en Cuba”, que Ernesto Juan Castellanos le
hizo a Jorge Serguera.
Precisamente otra
entrevista a Serguera –en este caso televisiva–, hecha por el cantante Alfredo
Rodríguez, fue uno de los detonantes de aquel episodio virtual conocido como
“la guerrita de los emails”. Yo estaba viendo la entrevista y, al revés de
otras interpretaciones, me pareció positiva aquella comparecencia en la que el
otrora director del ICR decía campechanamente que prefería el caviar al
boniato. Recuerdo que al final miré a mi esposa y le dije: “Estamos creciendo”.
Después leí que en
otro canal, por aquellos mismos días, habían entrevistado a Pavón. Algunos
vieron en aquellas dos apariciones signos que, francamente, yo no vi.
Respecto a Serguera,
creo que sufrió más que yo mi temprana suspensión del organismo que él dirigía.
Como toda historia pública en la que suele haber “buenos y malos”, a mi aquello
me convirtió casi en héroe, mientras que a él le tocó el rol de villano. Y
creo, muy sinceramente, que en ambos supuestos papeles hay exageraciones.
A lo largo de su
vida, Serguera tuvo que soportar quién sabe cuántos recordatorios de que se
había equivocado conmigo. Por mi parte jamás alimenté la mitología. Y cuando en
mi presencia se mencionaban aquellas circunstancias, si abría la boca era para
expresar respeto por el hombre que defendió a Frank País cuando Santiago de
Cuba era un hervidero de torturadores y asesinos. Lo
saben mi familia y mis verdaderos amigos.
Una de las personas
que menos de acuerdo estuvo con mis avatares en el ICR fue Luis Pavón Tamayo, a
quien conocí porque pasé el último año de mi servicio militar en la revista
Verde Olivo, que él dirigía. Por entonces el ejército era muy severo con
quienes lo integraban obligados por ley. O sea, que pude estar en Verde Olivo,
que quedaba en la Plaza de la Revolución, después de haber pasado más de dos
años en unidades de combate. Pavón se dio inmediata cuenta de que me gustaban
el arte, la poesía, la lectura, y de que no era homosexual, como sospechaban
algunos. Yo además era espiritista, aunque tampoco se alteró por eso. Me quitó
el pase sólo una vez, cuando decretaron alerta de combate y llegué unas horas tarde,
entretenido oyendo música en la Biblioteca Nacional.
Cuando me enteré de
que Pavón era poeta, le pasé unas cuartillas escritas a máquina. El me insistió
en que armara un cuaderno y lo mandara al concurso literario de las FAR, por lo
que obtuve una primera mención. Mientras estuve en Verde Olivo, me prestó “La
semilla estéril”, de José Zacarías Tallet, “El oscuro esplendor”, de Eliseo
Diego (que acababa de salir), y una preciosa edición bilingüe de los sonetos de
Shakespeare, que le devolví 20 años después muy bien encuadernada.
Me he preguntado
¿por qué Pavón admiraba tanto a Eliseo y, a la vez, recelaba de Cintio y de
Fina? No creo que haya sido por preferencias poéticas. Posiblemente fue por el
trabajo ensayístico de ellos, aunque esto es sólo una suposición.
Me gustaría conocer
los argumentos de los dirigentes que llevaron a cabo las llamadas
“parametraciones”, que no fueron más que segregaciones en el mundo teatral
cubano. Mientras estos criterios no afloren seremos huérfanos de una parte de
la historia, aún cuando no la compartamos.
3. ¿Qué representa
para usted su blog Segunda Cita? ¿Qué opinión tiene sobre el fenómeno de la
blogosfera?
A mis 67 años, con
una actividad profesional menos intensa, sobre todo si se la compara con lo que
fue, el blog me permite explorar en zonas de mi vocación como comunicador. O
sea, Segunda Cita me permite comunicarme y, además, servir para que otros se
comuniquen. Yo trabajé en la prensa plana durante mi adolescencia, como
dibujante, como redactor y como fotógrafo.
Segunda Cita me ha
permitido regresar a aquello, esta vez con el extra del oficio de editor. La
blogósfera es un puente de contacto de nuestras almas, con los atributos de las
mismas; quién sabe si es el anticipo de un puente más completo por el que –algún
día– entren en contacto también nuestros cuerpos.
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