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miércoles, mayo 12, 2010

EL MORRO DE LA HABANA, BLASON Y CENTINELA ETERNO

Por Gustavo Robreño Díaz* (Prensa Latina)

La importancia que a mediados del siglo XVI adquiere La Habana como eslabón entre España y sus colonias en América, favoreció el desarrollo en la ciudad de un regio sistema defensivo.

A ello se adicionaron los constantes ataques de corsarios y piratas.

En fecha tan temprana como 1538, a escasos 20 años de fundada la villa, el rey de España encomendó al gobernador, Hernando de Soto, la edificación de una fortaleza.

Así se erigió la primera fortificación habanera, que la historia recogió con el nombre de "La Fuerza Vieja".

Sin embargo, el asalto y saqueo de La Habana en 1555 por el corsario francés, Jacques de Sores, demostró que era insuficiente para la defensa de la villa.

Es por ello que, entre 1558 y 1577, en sustitución de la "Fuerza vieja", fue construido el castillo de la "Real Fuerza".

Es precisamente durante su construcción, en 1562, que el gobernador Diego de Mazariegos ordenó establecer a la entrada de la bahía un servicio de vigías.

El promontorio que dominaba la vertiente opuesta de la rada resultaba ideal para ello.

Justo allí mandó a construir Mazariegos una torre de "cal y canto" en la que, además de los observadores, se instalaron luego en 1583 seis piezas de artillería.

De esta primitiva construcción, erigida en el lugar donde suntuosa se alza hoy nuestra más emblemática fortaleza colonial, dio fe el marino portugués "Cargapatache" en el texto que acompañó al primer croquis de la Habana, del cual se tenga noticias.

Al hacer desde su buque, surto en puerto, un gráfico de La Habana, este marino perdido en la historia describe como la bahía "...tiene a la boca de la entrada, de la banda del Leste, un morro redondo de seborucos negros...".

Y añade el adelantado lusitano "...Encima de este morro está una torrecilla blanca, que de alta mar parece una nao que va a la vela, donde residen los guardas y centinelas que guardan el puerto...".

Textos de la época advierten que, ya desde entonces, se encendía en las noches una hoguera sobre aquellos peñascos, para indicar a los buques el punto exacto de entrada a la bahía.

Premonición de lo que sería el faro que coronó la fortaleza luego allí erigida.

GUARDIÁN ANTE EL ASEDIO

Las incursiones de Francis Drake en el Caribe comienzan a inquietar al monarca Felipe II.

La única fortificación sólida de La Habana era el castillo de la "Real Fuerza", pero su ubicación en el interior del canal de la Bahía, la hacía ineficaz para proteger su acceso.

Las obras de construcción de dos fortalezas, una a cada lado de la entrada de la bahía habanera fueron encomendadas al ingeniero italiano Bautista Antonelli, quién había elegido la profesión por la cual los varones de su familia eran conocidos en todo el imperio español.

Bautista Antonelli llegó por primera vez a La Habana el 2 de julio de 1587 y al siguiente año, de vuelta en Madrid, presenta al Rey los planos de lo que serían las fortalezas de "Los Tres Reyes del Morro" y de "San Salvador de la Punta".

En febrero de 1589 Felipe II ordena a Antonelli regresar a la Isla y ejecutar ambos proyectos, además de la "Zanja Real", que abastecería de agua a la villa.

La travesía estuvo signada por los contratiempos.

El barco en que venían naufragó próximo a las costas de Puerto Rico, y la nave sustituta corrió igual suerte, en las proximidades de Cuba.

No obstante, con el advenimiento de 1589 se iniciaron los trabajos de construcción del Morro, pero las obras marchaban lentas, no se contaba con mano de obra calificada -que era fundamentalmente esclava-, ni con el dinero suficiente.

Los recursos asignados por la corona eran administrados por el gobernador, Juan de Texeda, con el que mantenía Antonelli las peores relaciones.

Mutuamente se culpaban de la lentitud en la ejecución. El primero de marzo de 1590 Antonelli solicitó al Rey la presencia en la Habana de su sobrino, Cristóbal de Roda Antonelli, quien arriba a la Isla al año siguiente.

De Roda se desempeña no solo como ayudante de su tío, sino que lo sustituye cuando éste viaja a inspeccionar los otros trabajos de fortificación que, bajo su rectoría, se realizaban en Centroamérica y el Caribe.

En 1594 Antonelli recibe la encomienda real de trasladarse a Nombre de Dios, para mudar esa urbe a la bahía de Portobello, ambas en el atlántico panameño, por lo que deja definitivamente en manos de su sobrino las obras de fortificación habaneras.

Cristóbal de Roda prosiguió la construcción, no sin menos contratiempos y discrepancias de la Isla que las heredadas de su predecesor.

Los sucesivos gobernadores se consideraban con plenos poderes, no solo para opinar, sino hasta para ordenar modificaciones en el proyecto constructivo.

Ante la extrema lentitud con que avanzaba la obra, en 1601 de Roda hace un reajuste al proyecto inicial, simplificándolo a dos baluartes, el Asturias y el Texeda, y reduciendo las dependencias para el alojamiento de tropas.

En 1611 se plantearon nuevas reformas y modificaciones que permitieron que la fortaleza -aunque sin concluir-, fuera ocupada por su guarnición en 1615.

Se dice que 30 años después no se había terminado aún la entrada principal con su foso y puente levadizo.

La idea del faro, estuvo incluida desde el proyecto inicial de Antonelli.

A través del tiempo se alumbró con leña, luego con aceite y desde mediados del pasado siglo, con electricidad.

Su destello, que es posible divisar a más de 20 millas mar adentro, marca los 23 grados, nueve minutos y nueve segundos de latitud Norte y los 82 grados, 21 minutos y 23 segundos de longitud Oeste, diciendo a curiosos y viajeros. ¡Aquí está La Habana!

A pesar del tiempo y la distancia el Castillo del Morro luce aún altanero y lozano, dispuesto a brindar protección y abrigo a La Habana, que lo eligió ante el mundo su blasón y centinela eterno.

(*) El autor es periodista, historiador y colaborador de Prensa Latina.


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