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martes, octubre 16, 2007

Rey de las Carreteras de Cuba

Por Elio Menéndez (CubAhora)

Un accidente sufrido en la motocicleta que conducía, entrenador ya, provocó las graves contusiones en la cabeza que por espacio de 27 angustiosos días mantuvieron en estado de coma al bien llamado Rey de las Carreteras de Cuba, sostenido, más que por cualquier otra razón, por el combativo espíritu de lucha que le caracterizó. Porque, ni sobre la bicicleta, ni aún sobre el lecho de muerte, el Guajiro fue hombre que bajara los brazos.

Pipián, sépanlo quienes no lo conocieron, ganó cuatro Vueltas a Cuba, incluida la Primera, antes de que dos accidentes en la carretera — uno de los cuales destrozó su pie derecho — troncharan su triunfal carrera, bajándole de la bicicleta cuando todavía quedaban muchas victorias en sus piernas.

Nacido en el seno de una laboriosa familia campesina en Pipián, el caserío cuyo nombre dio a conocer de una a otra punta de su país, Sergio Martínez fue no sólo quien más etapas (25) ganó en el ciclismo cubano, sino, por encima de cualquiera otra consideración, un atleta que por su modestia y carisma arrastró a legiones de aficionados hacia un deporte virtualmente desconocido en Cuba.

Trabajo costó al entusiasta comisionado Reinaldo Paseiro convencer a Sergio y a Anisia pero al fin pudo más la insistencia del experimentado entrenador de ciclismo que el lógico celo de los padres campesinos y el joven Sergio Martínez dejó de cortar caña en los campos del central Héctor Molina, cambió la mocha por la bicicleta y se convirtió en el Rey de las Carreteras de Cuba.

No tuvo Pipián, como otros que le sucedieron en la ruta, grandes triunfos internacionales porque, pionero de nuestro ciclismo de carretera no alcanzó las ventajas derivadas del entrenamiento científico ni de un necesario calendario internacional de competencias.

Pipián brilló lo mismo en la montaña que en el llano y para la historia quedaron además de sus veinticinco etapas ganadas aquellos antológicos duelos con el infortunado Radamés Treviño (campeón mundial de la hora contra reloj), en los 55 kms. de la contra reloj Cárdenas-Matanzas que el Guajiro ganó en siete oportunidades.

Tanto se le quiso, ¡tantísimo!, que al cruzar la pintoresca caravana por poblados y ciudades, frente a parques, escuelas o centros de trabajo, el público apiñado al borde de las aceras se apresuraba a corear su nombre sin importar quien marchara al frente de la sierpe multicolor.

Era solo una sombra del Pipián que a su antojo campeó por las carreteras de Cuba, cuando en la Vuelta de 1974, sin haberse recuperado totalmente de la operación sufrida a raíz de su segundo accidente cuando un camión le destrozó un pie, intentó el regreso con los colores de Matanzas, provincia para la que había ganado diez años atrás la Primera Vuelta. Sufría intensamente en cada etapa, pero fiel al código de honor por el cual suelen regirse los ruteros que de verdad lo son, no se apeó de su metálica cabalgadura hasta llegar al Prado confundido en un grupo de anónimos soldados de la bicicleta que, respetuosos y admirados, le estimularon en su angustioso pedalear hacia la meta final.

Confieso que yo, que tantas veces le alenté desde la ventanilla del auto de la prensa en sus triunfales campañas por la Gran Piedra, Topes de Collantes y la infernal contra reloj Cárdenas-Matanzas, tragué en seco cuando lo vi arribar a la meta final maltrecho, pálido y desencajado el rostro, sostenido más por la vergüenza que por sus menguadas fuerzas.

La multitud que suele esperar la llegada de los ganadores al finalizar la Vuelta no se fue esta vez tras los primeros y apenas divisó al Guajiro pedaleando en un retrasado pelotón comenzó a corear: ¡Pipián!, ¡Pipián!, ¡Pipián!....

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