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viernes, marzo 23, 2007

Memorias de la Antártida

Por Orfilio Peláez (Granma)

El Máster en Ciencias Valentín Fernández Martínez jamás olvidará la fecha del 26 de enero de 1983. Ese día recibió una de las noticias más impactantes de su vida, cuando el amigo y colega de trabajo en el Instituto de Meteorología, doctor Julio Pérez Pérez, le dijo con euforia: ¡nos vamos Valentín, nos vamos tú y yo a la Antártida!

"Realmente me quedé mudo al escuchar aquello. Yo estaba dentro de la lista de 14 compañeros preseleccionados para cumplir tan importante misión, había expresado mi total disposición, pero no esperaba que fuera finalmente escogido."

De veras, apunta, asumíamos una gran responsabilidad, pues el Comandante en Jefe Fidel Castro había aprobado la participación de científicos y técnicos cubanos, junto a sus homólogos soviéticos, en las expediciones de ese hermano país a la Antártida. Uno de los impulsores de esa experiencia fue el doctor Antonio Núñez Jiménez, quien visitó la región en noviembre de 1982.

Tras salir de la capital cubana por vía aérea el 7 de febrero de 1983 y cubrir la agotadora ruta Habana-Moscú-Leningrado-Odesa-El Cairo-Djibuti-Aden-Maputo, Valentín y Julio permanecieron dos días y medio en la capital mozambicana.

Finalmente el 14 de febrero, y luego de más de ocho horas de vuelo, el avión detuvo sus motores sobre la pista de hielo del aeropuerto de La Bichorka, perteneciente a la estación Maladiozhnaya, donde permanecerían nueve meses y un día. ¡Hombres del caribeño trópico llegaban por primera vez a las inmediaciones del Polo Sur!

Odisea de viento y nieve

Según rememoran Valentín y Julio, al abrirse la puerta de la aeronave, se sobrecogieron. El cielo estaba completamente nublado, la temperatura era de cuatro grados Celsius bajo cero, el intenso viento levantaba la nieve depositada en la superficie y esparcía la que precipitaba.

Desde lo alto de la escalerilla, la visibilidad no rebasaba los cien metros. Soportar aquel clima tan agresivo y el inhóspito paisaje era un verdadero reto, a lo cual habría que añadir la lejanía de la familia, el adaptarse a los largos pe-riodos de días consecutivos sin noches, o de noches seguidas sin ver siquiera una simple claridad.

Para que se tenga una idea de lo difícil de moverse allí, baste decir que la distancia del aeropuerto al campamento central en línea recta era de diez kilómetros.

Sin embargo, como ese camino estaba lleno de peligrosas grietas dentro del hielo, por donde podían caerse no solo los hombres, sino también los equipos, era necesario hacer el recorrido dando un rodeo de aproximadamente 27 kilómetros, y a veces más.

Narra Valentín que se entregaron al trabajo con mucha intensidad, porque además de hacer las observaciones meteorológicas correspondientes, debían también acumular la mayor experiencia sobre cómo hacer más llevadera la estancia en ese apartado rincón del planeta, a fin de transmitirles esos conocimientos a los futuros grupos de cubanos que viajarían allí.

"Vivíamos en una suerte de contenedor muy grande, conformado por planchas de aluminio y materiales sintéticos, montado sobre pilotes, para que oscilara cuando el viento estuviera muy fuerte. Estos albergues tenían entre ocho y diez dormitorios amplios. Por vía satelital, hablábamos por teléfono casi todas las semanas con nuestras familias."

Incluso, precisa, al final de nuestra estancia logramos sintonizar Radio Habana Cuba. Escuchar diferentes emisoras internacionales era nuestra principal fuente de información. Nada de ver televisión o recibir periódicos frecuentemente, pues la entrada y salida de los aviones y barcos solo podía hacerse fundamentalmente entre diciembre y febrero, cuando llegaba el verano austral y las condiciones del tiempo eran menos adversas.

Casi siempre soportaban de 25 a 30 libras de ropa y la alimentación era a base de carnes con mucha grasa para proporcionar energía y ayudar a mantener el calor.

Acerca de las características climatológicas de la Antártida, el meteorólogo Rigoberto Ayra Gutiérrez (permaneció en el Continente Blanco durante nueve meses en 1985) explicó que, entre lo más notable, sobresalen los valores muy bajos de humedad relativa y las grandes variaciones en los registros de temperaturas máxima y mínima. Personalmente, pudo medir una diferencia de 46,6 grados Celsius de una a otra.

También mencionó la frecuente ocurrencia de repentinos cambios de tiempo, y el predominio de vientos superficiales muy fuertes, capaces de alcanzar y sobrepasar la fuerza de huracán.

Según el criterio autorizado de los especialistas, el estudio de la Meteorología Polar es esencial para comprender mejor el complejo proceso del cambio climático global y sus consecuencias.
Baste señalar, por ejemplo, que el derretimiento de los grandes témpanos de hielo, además de provocar un aumento del nivel del mar, influirá en los ecosistemas marinos y en la composición química del agua.

Al adentrarnos en el Año Polar Internacional (2007-2008), la comunidad científica mundial enfoca su atención hacia el estudio de estas regiones del globo terráqueo. Para orgullo de los cubanos, hace más de 20 años, compatriotas nuestros pusieron su granito de arena en este ahora priorizado tema de investigación del siglo XXI.

Expedicionarios cubanos que trabajaron en la Antártida:
· Valentín Fernández
· Julio Pérez
· Roberto Acea
· Jesús Nerey
· Rigoberto Ayra
· Orelio López
· José L. Cuevas
· Ramón Hernández
· David Berdellans

La Antártida constituye un enorme bloque de tierra emergida cubierto por un grueso manto de hielo. Ocupa una superficie de alrededor de 14 millones de kilómetros cuadrados, pero durante el invierno el mar adyacente se congela y su extensión aumenta hasta los 30 millones de kilómetros cuadrados. Esto le ha valido el nombre de continente pulsante. Dentro de su fauna, sobresale el llamado pingüino emperador, que vive en la parte más fría del territorio y se reproduce en las condiciones medioambientales más extremas. En julio de 1993, en la estación neozelandesa de Vanda, se registró una temperatura mínima récord de menos 89,5 grados Celsius, la más baja reportada hasta entonces en la Tierra. Atesora el 80% del agua dulce del planeta.

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